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Un fraile dominico fue el autor de la primera gramática china impresa en una lengua occidental

23 de febrero de 2021 francisco-varo

  H. Ocio y E. Neira (Misioneros Dominicos en el Extremo Oriente. 1587-1835. Manila 2000, 183) señalan que Francisco Varó nació en Sevilla el 4 de octubre de 1627 y fue hijo de su Convento de San Pablo, pues en él tomó el hábito el 7 de octubre de 1642. Como muchos otros religiosos de su época deseó evangelizar el Celeste Imperio por lo que se hizo a la mar en 1646. Atravesó el Océano Atlántico, llegó primero a México y, más tarde, surcando el Pacífico de este a oeste, atracó en 1648 en el puerto de Manila, la capital de las Islas Filipinas, estando destinado por algún tiempo en la provincia de Bataan.

  El Padre Francisco consciente de la importancia del idioma para su preparación a la tarea misionera, se apresuró en el aprendizaje entre los inmigrantes chinos residentes en Mani­la. Hablaban el dialecto minnan, por ser originarios de las provincias de Fujian y Guangdong, lo que le proporcionó importantes conocimientos so­bre el idioma chino. Poseía un gran don de lenguas y consiguió tener una sólida base en tan solo un año durante su estancia en la capital filipina.

francisco-varoFr. Francisco Varó

  Al llegar a Fo-kien en diciembre de 1649, la estudió con más dedicación así como la cultura, religión y culto chinos. Su dominio de la lengua creció sin cesar en todos los ámbitos: conversación, lectura y es­critura. Se le reconocía como “experto en chino” y la casa donde residía se convirtió por ello en una espe­cie de “centro de formación lingüística”. Se responsabilizó asimismo de instruir a los misioneros recién llegados al tiempo que profundizó en el conoci­miento de la nueva lengua. Pero no se limitó solamente a ello, sino que la predicación del Evangelio y la frecuente administración de los sacramentos también ocuparon su tiempo, así como la redacción de numerosos escritos. Y todo esto en medio de asaltos de ladrones, prisiones, persecuciones, escarnios y destierros. Él era conocido bajo el nombre de Wan Jiguo.

  Volviendo de Foochow a Fo-ningt-cheu, a cuya Casa estaba asignado desde 1665, fue preso en esta ciudad por el mes de junio o julio de 1669. Las autoridades ordenaron que se le remitiera a Cantón con los demás padres allí reclusos. Era por el mes de enero de 1670 cuando llegó a Cantón, y allí continuó hasta principios de 1673, quedando solo desde el 9 de setiembre de 1671, en que salieron de la reclusión los procedentes de Pekín que eran todos los demás misioneros.

  Fue por cuatro bienios Vicario Provincial de la misión dominicana en China (1659-61, 1673-77 y 1678-80). Falleció a últimos de enero de 1687, precisamente cuando en Roma se le despachaban las bulas de Obispo “lindonense” y Vicario Apostólico de Kuang-tung, Yun-nan y Kuang-Si.

Arte de la lengua mandarina

  Según indica Liao Yanping en la Revista del Instituto Confucio (vol. 47 nº 2 marzo 2018, 24-31), sus estudios y enseñanzas le permitieron completar dos diccionarios, uno portu­gués-chino titulado Vocabulario de la lengua mandarina(1670) y otro espa­ñol-chino llamado Vocabulario de la len­gua mandarina con el estilo y vocablo con que se habla sin elegancia (1692), ambos escritos para ofrecer a sus hermanos de hábito una primera base de léxico.

  A medida que avan­zaba en sus estudios, sintió la necesidad de elaborar una gramática, aunque dicha sugerencia no era bien acogida entre sus compañeros. Para muchos, el chino pertenecía al grupo de los idiomas considerados como “desordenados”, puesto que se pensaba que no obedecían a ninguna norma grama­tical. También había quienes opinaban que, si existieran leyes, serían muy difíciles de ordenar y analizar. Varó, sin embargo, sostenía que no solo existía una gramática china, sino que también podría ser descrita. Para demostrarlo, se sometió al arduo trabajo de investigación sobre los tonos, las palabras, las frases y las oraciones, e incluso seleccionó y anotó detalladamente los usos convencionales de cada parte y los analizó uno por uno. La tarea duró más de veinte años y en 1687, el dominico consiguió completar el manuscrito que tituló Arte de la lengua mandarina, rompiendo de ese modo la falacia de que no era posible redactar una gramática para esa lengua tan desconocida en Occidente.

  Su obra llegó a las manos de uno de sus discí­pulos, el misionero franciscano Pedro de la Piñuela (1650-1704), quien conse­guiría imprimirla y publicarla. De la Piñuela había nacido en México y, a los 26 años, llegó a China donde le die­ron el nombre de Shi Duolu y se formó en la iglesia dominicana de Fujian para aprender chino con el Padre Varó. En aquel entonces su Arte de la lengua mandarina estaba en plena elaboración y les sirvió como libro de texto. En el proceso de aprendizaje, profesor y alum­no colaboraron para perfeccionar el manual. De la Piñuela se benefició enormemente de esa formación práctica y su nivel de chino avanzó con gran rapidez. Unos años más tarde, era capaz de escribir en esta lengua oriental mate­riales evangélicos y así se convirtió en el único misionero de su Orden franciscana en utilizar la lengua nativa para sus labores evangelizadoras. Todo ello hizo que sintiera un profundo agradecimiento hacia su maes­tro. Por eso, tras la muerte de su mentor se responsabilizó en la tarea de actualizar e imprimir los ma­nuscritos póstumos del maestro, lo que consiguió en 1703 en Cantón.

  Antes de Francisco Varó, sin embargo, otros religiosos dominicos habían redactado varias gramáticas chinas que nunca llegaron a ver la luz y los manuscritos se perdieron. Por eso, la ta­rea de impresión que realizó Pedro de la Piñuela ha resultado de un valor incal­culable pues, sin ella, no conoceríamos hoy en día la valiosa obra del dominico.

  En su Arte de la lengua mandaria, Francisco Varó refiere como la “lengua mandarina”, o “guanhua”, era la hablada por los mandarines en la Corte Imperial de la dinastía Ming (1368-1644). El autor poseía una profunda comprensión de la relación interna entre el idioma estándar y los dialectos, puesto que había estudiado el minnan anteriormente. Y consideraba que tenían la misma importancia para llevar a cabo su tarea evangelizadora. Por eso, sugirió seguir dos fases en el aprendizaje: estudiar primero el man­darín, con el fin de comunicarse con los oficiales de la Corte; y aprender después el dialecto de la localidad donde se ins­talaban las Misiones, para evangelizar al pueblo en su lengua natal. Por otro lado, y teniendo en cuenta la finalidad prác­tica, Varó dedicó en su libro tres capítulos exclusivamente a explicar el uso de las frases de cortesía: categorías de respeto, de reverencia y de auto-hu­millación. Las oraciones, explicadas de­talladamente, muestran el gran dominio que tenía sobre la cultura y la práctica del idioma.

gramatica-china-varoArte de la lengua mandaria

  Pero, la característica más destacada de la obra reside en su mé­todo comparativo entre el latín y el chino a la hora de describir las características gramaticales de esta última. Consciente de que el latín es una lengua no materna ni natural sino aprendida, Varó consideraba que, para sus compañeros misioneros, aprender chino sería parecido a estu­diar latín en el sentido que ambas son “extranjeras”, es decir, exigen un pro­ceso de aprendizaje. Por eso, cuando describía las categorías gramati­cales del chino a la manera de los ma­nuales escolares latinos, su intención era facilitarle al estudiante “trasladar” su experiencia del aprendizaje del latín al estudio del nuevo idioma.

  Este método didáctico, que tiene en cuenta la experiencia con otras lenguas extranjeras para ad­quirir una nueva, es un gran invento que Varó utilizó en la enseñanza del chino hace más de 300 años. En reali­dad, incluso hoy en día esta táctica tan eficaz nos recuerda que no solo debe­mos prestar atención a la influencia del idioma materno del alumno extranjero sino también a sus experiencias lin­güísticas previas.

  Así pues, el uso del latín como ins­trumento comparativo para analizar la gramática china no se debe enten­der como la imposición del primero al segundo, sino que es un método orientativo mediante el cual el alum­no, basándose en la práctica del latín, capta las similitudes y diferencias res­pecto del chino. De este modo se cen­tra solo en estudiar las diferencias. Por ejemplo, cuando comenta los tiempos verbales, Varó se limita a apuntar que es una categoría grama­tical común en las dos lenguas solo que se expresa de diferentes modos, ya que en latín se hace con la conjugación de los verbos mientras que en chino se utilizan las partículas o adverbios. Este tipo de explicaciones, sencillas y claras a la vez, facilitan al estudiante captar inmediatamente los puntos clave a estudiar. Tal vez algu­nos ejemplos comparativos concretos, que el autor presentó en su momento, no son precisos y deben ser revisados por los lingüistas actuales, pero debe­mos aprender mucho respecto de su consideración del punto de vista de la experiencia del estudiante.

  La obra Arte de la lengua mandarina sirvió para divulgar la cultura y el idioma chinos en Occidente desde los primeros años en que entraron en contacto ambas civilizaciones. Los estudiosos y sinólogos occidentales, entusiasmados por esta lengua tan enriquecedora como opuesta a todo lo acostumbrado, han producido numerosas e innovadoras investigaciones sobre ella. En China la obra de Fran­cisco Varó, traducida recientemente, ha llamado la atención de investigadores de diversas disciplinas como la historia de la sinología, la fonología, la filología, la historia de la enseñanza del chino en el extranjero o la elaboración de libros de texto. Florecen así nuevas ideas al explo­rar esta antigua obra y se le imprime un renovado esplendor tres siglos después de su aparición.     

Alfonso Esponera Cerdán, O.P.

 

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