El Niño de Atocha, entre ladrones arrepentidos y escritores de misterio
13 de noviembre de 2025
El Niño de Atocha vuelve a la actualidad gracias a una larga entrevista que el periodista Jesús García Calero realiza a los escritores Katherine Neville y Javier Sierra en el diario ABC, a propósito del reciente robo de joyas en el Museo del Louvre y del poder simbólico de los objetos de arte.
En medio de la conversación sobre coronas, reliquias y tesoros reales, el artículo introduce una afirmación llamativa: «El Niño de Atocha es el patrón de los ladrones en el Nuevo Mundo», y todavía hoy recibe en Madrid exvotos de fieles que han sido sicarios, narcos o reos que agradecen el final de sus condenas o la protección recibida. El texto recuerda así la relación de esta devoción con el mundo de las cárceles y de quienes han vivido en los márgenes de la ley.
Antes de la entrevista, los dos escritores visitan la Basílica de Nuestra Señora de Atocha, de los dominicos, porque Neville deseaba conocer el santuario de una Virgen cuya presencia ha marcado profundamente la religiosidad popular en América. Allí descubren, casi como en una escena de sus propias novelas, que la imagen del Niño conserva signos de una devoción intensa y, a veces, inesperada: mantos, ofrendas históricas de la Casa Real y, al mismo tiempo, promesas y agradecimientos llegados desde contextos de violencia y delincuencia.
Según relata el reportaje, la historia del Niño de Atocha que se difundió en el Nuevo Mundo está ligada especialmente a Zacatecas (México). La imagen habría llegado allí con la devoción de los mineros; con el tiempo, su fama de milagroso se extendió a las cárceles, donde muchos presos comenzaron a encomendarse a él. Neville recuerda la antigua tradición según la cual, en las prisiones, sólo los niños podían entrar con comida, por miedo a que los adultos introdujeran armas. Y se contaba que un pequeño niño desconocido visitaba de noche a los reclusos, llevándoles “pan y queso” y otros alimentos, calzado con alpargatas gastadas y un sombrero polvoriento. En esa figura misteriosa reconocieron al Niño Jesús y la devoción creció en torno a una pequeña imagen del Niño de Atocha.
La entrevista señala que este trasfondo explica por qué, en América, el Niño de Atocha es especialmente cercano a presos, expresidiarios y sus familias. En la basílica madrileña, cuentan los autores, se conservan exvotos ofrecidos por personas que llegan desde países del Caribe y de otras regiones, algunos de ellos vinculados a entornos de narcotráfico o violencia, que piden al Niño el final de sus problemas con la justicia o agradecen haber salido de ese mundo. Lejos de glorificar el delito, estos gestos son, muchas veces, signo de búsqueda de perdón, cambio de vida y deseo de reconciliación.
Además del interés literario —los autores hablan de “sincronicidades” y de la “magia” que envuelve estas historias—, el testimonio recogido por ABC pone de relieve una dimensión profundamente evangélica del Niño de Atocha: Jesús que se hace cercano de los encarcelados y de quienes cargan con historias rotas. La pequeña imagen, con sus sandalias gastadas, su bastón y su cesta de comida, recuerda que el Hijo de Dios se deja encontrar también en las periferias, en las prisiones y en las biografías más heridas.
Para la familia dominicana, presente desde hace siglos en el santuario de Atocha, esta devoción es también una llamada a seguir acompañando a los últimos, a los que nadie visita. Los exvotos de antiguos reclusos, sicarios o narcos no son sólo curiosidades piadosas, sino señales de que la misericordia de Dios alcanza lugares donde a veces la Iglesia llega con dificultad. En el Niño de Atocha, que sigue recibiendo oraciones y promesas en Madrid y en América, muchos descubren que la gracia puede abrir caminos nuevos incluso allí donde la historia ha estado marcada por la violencia y el delito.
La entrevista completa, firmada por Jesús García Calero, puede leerse en la edición digital de ABC y en otros portales que han reproducido el texto, bajo el título Katherine Neville y Javier Sierra: “El robo del Louvre tiene intriga para una novela”.

La leyenda del Santo Niño de Atocha
El Niño aparece vestido de peregrino con la "concha de Santiago" y sostiene una cesta con alimentos. Se representa así por una leyenda que se remonta al Madrid medieval bajo la ocupación musulmana. Esa leyenda cuenta que en Atocha, muchos cristianos estaban en prisión debido a la fe que profesaban. Como los carceleros no alimentaban a los prisioneros, las familias les traían los alimentos.
En una época, el califa emitió una orden que consistía en que nadie excepto niños de doce años o menores podía traer alimentos a los prisioneros. Aquellos que tenían niños jóvenes podían mantener con vida a sus familiares, ¿pero qué les sucedería a los demás? Las mujeres del pueblo suplicaban a Nuestra Señora, pidiéndole que las ayudara a encontrar una forma de alimentar a sus maridos, hijos y hermanos. Al poco tiempo, los niños volvieron a sus hogares con una historia extraña.
Un joven niño visitaba y alimentaba a los prisioneros que no tenían niños jóvenes que los alimenten. Ninguno de los niños sabía quién era, pero la pequeña vasija de agua que llevaba nunca estaba vacía, y la canasta siempre estaba llena de pan para alimentar a todos los desafortunados prisioneros que no tenían niños propios que les trajeran alimentos. Llegaba de noche, pasando al lado de los guardias que dormían o sonriendo amablemente a los que estaban despiertos.
Aquellos que habían pedido un milagro a la Virgen de Atocha comenzaban a sospechar acerca de la identidad del pequeño niño. Como una manera de confirmarlo, los zapatos de la estatua del niño Jesús estaban gastados. Cuando los reemplazaron por unos nuevos, esos también estaban gastados.
