Dos sacerdotes dominicos: Ramón Alberto y Juan Manuel
10 de junio de 2025
Julio Pernús Santo Domingo, RD
08/06/2025 Listín Diario
Hay personas que irradian energías positivas. Basta observarlas para que el ambiente a su alrededor se llene de buenas vibras. Ramón Alberto Núñez, O.P. y Juan Manuel Febles, O.P., son dos sacerdotes dominicos que acompañan la parroquia Santo Tomás de Aquino en Santo Domingo. Aunque cada uno tiene características distintas, comparten un rasgo esencial: viven con alegría su vocación.
Estos dos dominicos han encontrado en el seguimiento de Jesús, al estilo de santo Domingo de Guzmán, el sabor único de su vida . Ramón suele decirme, entre risas, que soy un “infiltrado” en su parroquia, pues conoce mi afecto con la espiritualidad ignaciana. Admiro profundamente su forma entusiasta de acercarse a las personas. Tiene la capacidad de decir verdades fuertes sin que su alma se ensombrezca. Siempre se muestra positivo y encarna ese ideal de pastor con “olor a oveja”, como propuso el papa Francisco. Es un sacerdote bien preparado, capaz de hablar de teología y de la cotidianidad con una sencillez y profundidad que hacen de sus homilías momentos cercanos y auténticos, como él mismo es.
Juan Manuel es un joven soñador. Tiene proyectos admirables de transformación social. Tuve la oportunidad de visitar, junto a mi esposa, su lugar de nacimiento en El Seibo, conocí a sus familia y amigos y allí, confirmé que es un hombre humilde, siempre atento a los suyos. Lo mismo organiza ministerios artísticos para niños y jóvenes en la capital que recorre distintas zonas del país buscando fondos para apoyar a personas de escasos recursos que tienen algún familiar ingresado por cáncer.
Decía Miguel Ángel —Michelangelo, para quienes leímos a Martín Caparrós y nos gusta hacernos los que sabemos italiano— que esculpir consiste en quitar del mármol todo lo que sobra, y que al hacerlo, aparecían el Moisés o la Piedad. Estos dos amigos sacerdotes hacen algo similar en las comunidades que acompañan: ayudan a sacar lo mejor de las personas que las habitan. Con ellos he aprendido que ser dominico implica un profundo sentido de empatía y humildad. La coherencia de su fe se manifiesta en cada eucaristía que presiden, irradiando esa fuerza discreta e invencible de la esperanza, que es, en el fondo, la mejor predicación de su vocación.