El Capítulo General de Cracovia comenzó la semana escuchando la predicación de fray Jesús Díaz Sariego
23 de julio de 2025
El Capítulo General de Provinciales de la Orden de Predicadores, que se celebra estos días en Cracovia, comenzó su primera semana con una jornada intensa de encuentros y trabajo. Sin embargo, como recordó la crónica del día, todo arranca cada mañana con la liturgia, verdadero centro y fuerza que sostiene a la comunidad reunida.
El lunes 21 de julio, la predicación estuvo a cargo de fray Jesús Antonio Díaz Sariego, prior provincial de la Provincia de Hispania, quien ofreció una profunda reflexión inspirada en el pasaje evangélico de Mateo: «No se le dará otro signo que el del profeta Jonás». A continuación, reproducimos íntegro el texto de su predicación:
«No se le dará otro signo que el del profeta Jonás».
— Mateo 12, 39
El signo de Jonás: predicar misericordia desde un corazón reconciliado
Queridos hermanos y hermanas,
La Palabra de Dios, en la Sagrada Escritura que hoy hemos proclamado, nos muestra una escena de Jesús en su encuentro con los que representaban el celo por la ley: la interpretación literal, cerrada a la experiencia humana, de la ley mosaica. El Evangelio de Mateo que hemos escuchado se inicia con un diálogo tenso entre Jesús y algunos escribas y fariseos. La conversación se centra en una petición que los expertos en la ley de Moisés dirigen a Jesús: «Maestro, queremos ver un signo tuyo». La respuesta de Jesús no se hizo esperar, es un tanto desenfadada. Muestra dureza y determinación: «Esta generación perversa y adúltera exige una señal; pues no se le dará más signo que el del profeta Jonás».
Sabemos que el ‘adulterio’ y la ‘perversión de la mente y del corazón’ manifiestan una falta grave de compromiso con Dios y con los demás. Tiene que ver con la relación afectiva y comprometida entre las personas. La ruptura en las relaciones fraternas, entre las personas, genera miedo y desconfianza. Incluso, aún más, ira y agresividad; juicios infundados y descalificaciones personales. Todo ello altera el orden querido por Dios y pervierte la experiencia religiosa, causando daño a uno mismo y a los demás.
Pero Jesús no se queda en el duro reproche ante los expertos de la ley por haber pervertido y adulterado la fe que profesaban. Procura más bien ofrecerles una reflexión, una lectura renovadora y sanadora conforme a la experiencia del profeta Jonás. Les propone una mirada distinta. Es preciso volver a Jonás para comprender mejor el corazón humano, sobre todo cuando ese corazón pervierte las relaciones entre los pueblos, entre las culturas y entre los diversos grupos sociales; cuando pervierte también a las personas en su ser más íntimo y a sus relaciones interpersonales más próximas. El modo equivocado que escribas y fariseos tienen de interpretar literalmente la ley los deshumaniza; los ciega ante la realidad que tienen frente a sus ojos; los vuelve poco inteligentes, al ser incapaces de profundizar en su mejor tradición y los convierte incapaces de afrontar con afecto, con un corazón limpio, la propia realidad y la de los demás para transformarla. Si no apreciamos al mundo en el que estamos, por adverso que éste sea, no podremos colaborar en su transformación.
Jonás, como bien sabemos, representa la desconfianza inicial en las posibilidades que las personas y los pueblos tienen de convertirse, de volver su corazón al Dios de la Alianza, de cambiar y ser mejores. Tanto es así que no obedece el mandato de ir a predicar a los ninivitas, considerados como imposibles y pecadores por el judaísmo más ortodoxo y, por lo tanto, sin capacidad de conversión y cambio.
El Cardenal Grzegorz Rys nos invitaba en su reflexión el primer día de nuestra Asamblea a predicar el Evangelio, pero no solo a los que ya estamos dentro de la Iglesia, sino también y sobre todo a los que están fuera y no vienen a nosotros. Nos exhortaba a anunciar el Evangelio desde la invitación a venir a nuestra casa para conocer a Dios y su Evangelio desde lo que nuestra vida comunitaria y fraterna logra vivir y transmitir.
El mensaje que Jonás ha de predicar en Nínive, su signo, no es más que el arrepentimiento y la misericordia de Dios. Esta experiencia del profeta nos está diciendo que es posible buscar nuevos caminos; es posible reconducir los caminos de la vida ya transitados; es posible, en definitiva, elevar la mirada para dejar que sea Dios mismo el que hable a través de nuestra vida. Este ejercicio de predicación no está lejos de la experiencia dominicana. El carisma de santo Domingo supo discernir en su tiempo el signo de Jonás. Tanto es así que Domingo acertó a incorporar en su estilo de vida la misericordia y compasión de Dios. Esta fue su mejor predicación. Este compromiso lo ayudó a confrontarse con la realidad de su tiempo y a ayudar a la Iglesia en su propia conversión. Cuando predicamos la compasión desde la misericordia de Dios no solamente podemos cambiar el corazón de muchos, también seremos capaces de cambiar el nuestro. Cuando invitamos a los alejados a que vengan a nuestra casa, conozcan nuestra experiencia de vida, nosotros mismos estamos cambiando.
¿Qué debemos hacer, como Orden de Predicadores, para ir al mundo desde el corazón de la Iglesia? ¿Cómo podemos invitarlo a conocer a Dios y su Buena Noticia? ¿Cómo nuestro compromiso de vida representa, encarna, el dinamismo y las virtudes y valores del Evangelio? Sin duda alguna que en muchos Capítulos Generales hemos tenido muy presente todo esto. No lo hemos olvidado; pero, quizás, debamos recuperar con más fuerza y convicción esta experiencia de Jonás. No podemos superar nuestras heridas, nuestras rupturas, nuestros adulterios en el corazón, nuestras pequeñas o grandes perversiones, si antes no hemos vivido la experiencia del perdón y de la misericordia de Dios en nuestro interior.
En la medida en la que nosotros hayamos reconciliado lo que está separado y enfrentado; en la medida en la que hayamos logrado acercar lo que es distante y alejado; en la medida en la que hayamos conseguido unir lo desconocido y acercarnos a lo que nos resulta más ajeno. En esa misma medida habremos logrado ensanchar los muros de la Iglesia y habremos conseguido, como Orden de predicadores, realizar una predicación acorde a los signos de nuestro tiempo, no muy distante en lo fundamental a la experiencia que se describe en la cultura de los ninivitas, cultura en la que el profeta Jonás está llamado a predicar.
Nosotros, como predicadores, no debemos claudicar en este empeño: lograr tender puentes entre lo diferente, para ayudar a reconciliar lo que está enfrentado e integrar, con la sabiduría de Dios, como signo profético las diferencias reconciliadas.
Predicador: fray Jesús Antonio Díaz Sariego, OP
Provincia de Hispania