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Entendido

Documento

No hay vida plena sin exceso

21 de abril de 2019
Carta de Pascua del Prior Provincial fr. Jesús Díaz Sariego

 

“¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?

No está aquí, ha resucitado” (Lc 24, 5-6)

Queridos hermanos,

En la Pascua del Resucitado tenemos la oportunidad de percatarnos, con mayor o menor certeza, de un principio de misericordia con el que Dios parece querer hacer las cosas: ‘no hay vida plena sin exceso’. Digo bien, porque la Pascua de Jesús supera todo exceso. Ofrecer la propia vida por otros tiene mucho de sobreabundancia, ya que va más allá de lo que se espera en la lógica humana. Lo ‘excesivo’ en la entrega del nazareno supera los límites de lo habitual. En su donación constatamos, como nos decía antaño un profesor de religión, una ‘verdadera borrachera de gracia’. Una manera llamativa de nombrar lo inexpresable. De este modo el profesor pretendía provocarnos y así nos ayudaba a retener en la memoria lo que se escapa a la inteligencia y lo que desborda con creces a los límites de la experiencia humana.

Año tras año reiteramos la celebración del Triduo Pascual y nos congratulamos de la riqueza espiritual que encierra, con la convicción de vernos sumergidos ante un misterio de vida que nos supera. Quizás aquí esté su atractivo, su frescura y su novedad. Dios irrumpe con fuerza en la vida y muerte de Jesús y desde Él en la nuestra.  Su presencia en el crucificado y en los crucificados de la historia no se agota.  De este modo la Pascua alienta la alegría de la propia vida, consuela la tristeza, sana nuestras heridas, nos levanta de nuevo y, sobre todo, nos sostiene en una esperanza confiada. Acaso alguien ‘¿puede matar la resurrección?’. 

Cambio de expectativa

Las expectativas de las mujeres, cuando se disponen a llevar los aromas que habían preparado, se centran en un sepulcro, en un cadáver y en el cumplimiento preceptivo de unas costumbres bien arraigadas en su mentalidad; pero sus pretensiones cambian al encontrarse con algo inesperado: ‘el sepulcro estaba vacío’. La sorpresa ante lo imprevisto las desconcierta de tal manera que ya no lograban saber ‘ni qué pensar’, como así dice la Escritura. Cuando la capacidad de dejarnos sorprender disminuye, podemos perder hasta la habilidad de ‘pensar’ y de analizar con mayor profundidad las cosas. De esta manera caemos sin darnos cuenta en una permanente desorientación.

Una pregunta se les ofrece a las mujeres para vencer tanto desconcierto: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?”. Al Resucitado, en la experiencia de Lucas, se le encuentra en la relación personal que ellas habían tenido previamente con Jesús. Una conversación breve, sencilla, pero suficiente. Basta la respuesta al nuevo desafío, inesperado, que se les presenta. Éste ni siquiera es descubierto por ellas mismas. Es la propia complicidad con el Señor el que lo suscita. Quizás porque en Él mismo está la respuesta. Al hacer memoria sobre lo que les había hablado cuando todavía estaba en Galilea, la Pascua parece hacerse realidad en sus vidas. Al recordar sus palabras, al traer a su memoria algo previamente conocido, algo nuevo en sus vidas despunta.

En la celebración de la Pascua se nos ofrece a nosotros de nuevo la pregunta: “¿Por qué nos empeñamos en buscar entre los muertos al que está vivo?”. Esta cuestión nos confronta a cada uno. No podemos escaparnos a ella y nadie nos sustituye en la búsqueda de una respuesta; se trata de un ejercicio personal de memoria y recuerdo, en el sentido más bíblico de los términos. En el fondo, es una cuestión de implicación, de espiritualidad arraigada, de éxodo, de voluntad y esfuerzo, de paciencia y comprensión, de compromiso con los demás, de búsqueda común en ‘la voluntad de Dios’, de memoria colectiva. También de madurez humana (psicológica y espiritual).

En no pocas ocasiones tenemos que vencer la tentación del pesimismo y de la negatividad; sobre todo, cuando las propias frustraciones las proyectamos en los demás, en la Provincia, la Orden o la Iglesia, sin percatarnos quizás de las heridas de la vida que aún no hemos logrado superar; sin pararnos a pensar que algo no madurado del todo permanece en nosotros. Podemos llegar incluso a negar con nuestras actitudes los valores pascuales del Reino, cuando nos obsesionamos con los propios prejuicios o sentimientos de negatividad.

Pues bien. He de afirmar al mismo tiempo -lo hago con convicción- que el resucitado está vivo en cada uno de nosotros con ‘exceso’; es decir, más presente incluso de lo que hubiéramos podido imaginar. Bastaría una mirada atenta a nuestro propio mundo interior para descubrirlo y percatarnos de ello. Hay una bondad que nos habita. Cada uno de nosotros sabe mejor que nadie los recursos bondadosos de los que dispone. Si es así, ‘¿por qué buscamos entre los muertos al que vive?’. ¿Acaso la Pascua de Jesús no nos estará retando a potenciar lo mejor de nosotros mismos y a superar y vencer nuestros agravios y desatinos? Para el que da la vida por amor no le sirve cualquier respuesta. Su ‘exceso’ no puede dejarnos impasibles. Hemos de reaccionar. En su entrega encontramos el itinerario pascual de nuestro seguimiento.

“Prohibido quejarse”

Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino? (Is 52, 7-8) Con estas palabras tan duras anunciaba el profeta Isaías la salvación de cada uno de nosotros. Estas expresiones, por desgracia, son bastante frecuentes y recurrentes en la historia de la humanidad. También en muchos contemporáneos nuestros. Por esta razón no puedo menos de afirmar con fuerza: ¡Prohibido quejarse!

Vaya por delante el hecho de afirmar que la queja, el lamento, la protesta, el desahogo personal es un derecho e incluso un deber que debemos exigir y ejercer. Es más, en no pocas ocasiones hasta puede resultar saludable y sanador, especialmente para aquellos que sufren una situación de vulnerabilidad. Sería deseable, no obstante, que lográsemos canalizar adecuadamente nuestras quejas y malestares, acogiendo a quiénes los sufran, pero sin olvidar en la medida de lo posible una objetivación de las mismas que permita, a su vez, reconducirlas.

“Prohibido quejarse” es el título acuñado por el conocido psicoterapeuta italiano Salvo Noè. Este libro ha sido prologado por el Papa Francisco promocionando así su gran éxito editorial. Ha sido traducido ya a 16 idiomas. El propio Francisco no dudó en colocar en la puerta de su despacho personal un cartel que reza Vietato lamentarsi.

Este ensayo ‘contra la queja’ nos ofrece algunas herramientas para salir de la negatividad en la que podamos caer en algunas ocasiones. El libro envía un mensaje claro a la persona: si pasamos de la queja a la acción disfrutamos más de la belleza de la vida. Hemos de ser conscientes de una sociedad cada vez más acostumbrada al hábito de la queja. Nuestros contemporáneos se han acostumbrado más a quejarse que a buscar soluciones. La queja, como he afirmado, no es en absoluto negativa. Es una reacción normal en momentos de dificultad; pero se convierte en ‘patológica’ cuando perdemos la capacidad de enfocarla hacia la búsqueda de soluciones. Es más. La tendencia permanente a la ‘queja’ nos convierte en víctimas. Evadimos la propia responsabilidad y la buscamos siempre en los otros, en la institución, en la Orden, en la Iglesia, etc.

En este ensayo se nos ofrece un decálogo ‘antiquejas’. Lo transcribo a continuación, porque me parece útil a nuestros propósitos. Se enumera como sigue para cada uno. Te lo digo a ti, me lo digo también a mí mismo: ‘no caigas en el victimismo’; localiza los obstáculos; aprovecha las oportunidades; hazte las preguntas correctas; confía en tus capacidades; evita juzgar; motiva a los que te rodean; acepta las felicitaciones; practica la gratitud; en fin, no dejes nunca de aprender.

El ‘cansancio’ del seguimiento

Así de rotundo se expresaba el Domingo de Ramos uno de los predicadores que he escuchado cuando glosaba la pasión de san Lucas en su breve homilía: La Pascua, decía, no es un momento para espectadores sino para seguidores de Jesús. Sus brazos extendidos en la cruz: amor inconmensurable del Padre que nos abarca a todos y nos regenera. El dolor hace más fecundo al Señor y le hace fuente de vida para todos. La Pascua ha de vivirse como un acontecimiento que nos implica y nos redime.

En nuestro seguimiento del Maestro comienzo a percibir un cierto cansancio. Sin embargo, la experiencia pascual nos muestra que los seguidores de Jesús no son meros espectadores, aquellos que descansadamente analizan las cosas sin comprometerse. Seguimos a un crucificado, no lo olvidemos. La cruz tiene ‘sus cansancios’ y de ellos hemos de ser conscientes. El propio Jesús, cuando toma la cruz camino del Calvario, se deja vencer por el agotamiento hasta en tres ocasiones. La fatiga, si responde a un esfuerzo, a la fidelidad y entrega es humana y legítima. En estos casos ‘nos implica’ y, además, ‘nos redime’.      

El seguimiento, como ya sabemos, es un sustantivo acuñado en la espiritualidad de la vida consagrada. Tiene sus adjetivos. Retomo los que enumera el claretiano Bonifacio Fernández. El seguimiento, nos dice, es ‘radical’; ‘evangélico’; ‘integral’; ‘cercano’; ‘apostólico’; ‘total’; ‘fiel’; ‘libre’; ‘profético’; y, además, con ‘corazón indiviso’. ¡Ya lo sé! Son vocablos que hemos oído muchas veces, analizados en algunas ocasiones y profundizados en otras. Pero esto no nos exime de seguir en el empeño de hacerlos más presentes en nuestro compromiso. Aún no los hemos, permitidme la expresión, adjetivado del todo. Ellos dan densidad y calidad a nuestra opción vocacional. Dejad que en la celebración de la Pascua los retome de nuevo para indicar algunos matices; aquellos que considero de especial relevancia en el momento en el que nos encontramos. Por eso, ahora lo importante está en lo que de forma escueta se señala para cada uno de ellos.

El seguimiento de Jesús es  ‘radical’, por la conversión que exige; ‘evangélico’, por nuestra condición de discípulos, pues se trata de un seguimiento más cautivador por la persona y el mensaje de Jesús que por la excesiva confianza en nuestras propias capacidades y valores personales; ‘integral’, en lo que tiene de donación y entrega; ‘cercano’, por la intensidad que proporciona la relación íntima con Dios; ‘apostólico’, por la fecundidad de toda misión; ‘total’, porque se expresa en las tres dimensiones más importantes de la vida humana; éstas tienen que ver con nuestros votos en relación al poder, al tener y al querer; ‘fiel’, por lo que de pasión requiere; ‘libre’, porque es una cuestión de vocación; ‘profético’, por la exigencia constante de contraste con los valores vigentes en la sociedad; y, además, con ‘corazón indiviso’, unificando la propia vida en fidelidad a Dios y al prójimo.

Seguir a Jesús y no cansarse exige de nosotros conversión; la humildad del discípulo; donación de la propia vida a cambio de nada; relación única con Dios; compromiso de misión; equilibrio de vida en nuestra obediencia, castidad y pobreza; pasión por las personas y sus inquietudes y zozobras; vocación. ¡Sí! La vocación del amor primero. Éste, el amor primero, no siempre debemos darlo por recuperado; aprecio por los valores del mundo y contraste con aquello que en el mundo precisa ser sanado; el cumplimiento del precepto: amor a Dios y a los otros. Estas exigencias son claves, necesarias, para configurar la realización de una ética evangélica de máximos; orientan nuestros objetivos y abren horizontes de vida a los que se han encontrado personalmente con Jesucristo.

Los valores evangélicos que hemos de perseguir no ignoran los contextos personales y sociales en los que se han de hacer realidad. El seguimiento de Jesús tiene sus encarnaciones propias y sus contextos históricos. Somos conscientes, por supuesto, de nuestra condición vital. En algunas ocasiones padecemos circunstancias de vida que nos hacen especialmente vulnerables. Es más, vivimos un momento provincial de especial vulnerabilidad, lo que lleva a preguntarnos: ‘¡Seguir!’ Sí; pero… ¿A quién? ¿De qué manera? Urge afrontar estas inquietudes. Os invito, desde la experiencia pascual de Jesús, a tener la osadía de responder de nuevo a estas u otras preguntas de desasosiego. Esto también es responsabilidad de cada uno, porque la invitación del Maestro se dirige de nuevo a nuestra condición de discípulos. No lo olvidemos: sin asumir esta condición, con todo lo que ello implica, es más bien poco lo que se podrá hacer y ello a pesar de los excelentes proyectos de misión que podamos programar.  Los proyectos de misión serán tales si los asumimos y llevamos adelante desde nuestra condición de discípulos, no desde otra posición.

No obstante, se comprenden y se acogen con cariño y misericordia aquellas otras exclamaciones también frecuentes entre nosotros: ¡Uf, han pasado ya tantos años! ¡Es tanto el cansancio! ¡Esto o lo otro, ¿para qué?! ¡Mira cómo estamos! ¡No tenemos ganas ni de leer! ¡Este mundo ya no es para mí! ¡No sabemos qué es lo que quieren los jóvenes! He de afirmar, al mismo tiempo, que estas u otras exclamaciones que os he escuchado tienen el respaldo de muchos años de entrega, de trabajo, de lucha, de superación. De ahí que la pregunta, ‘¿de qué manera hemos de seguir de nuevo al Señor en el momento personal y vital que nos encontremos?’, más que un reproche se vuelven un estímulo que permita seguir fructificando en lo que ya hemos dado y entregado y en lo que aún resta para dar. El amor evangélico habla de ‘exceso’, no lo olvidemos.

La anatomía de la tristeza

El cansancio en el seguimiento nos lleva a la anatomía de la tristeza y, sin embargo, son muchos los motivos que tenemos para vivir la alegría de la Pascua. Seguir al maestro hasta cansarse ya es una prueba evidente de un corazón entregado con todas las consecuencias. En la Provincia muchos frailes son admirables en esto. Realmente han logrado llevar su vocación a una mayor plenitud.

Afirmado lo anterior también soy testigo de la existencia, al menos en algunos, de un sentimiento más permanente de tristeza. ¡Sí! También anida la tristeza entre nosotros, para qué vamos a negarlo u ocultarlo y ello me hace pensar. Estos años estamos viviendo momentos importantes, quizás decisivos. El desánimo puede provocar un cierto colapso en nuestros sentimientos y deseos. Sin duda alguna que muchos de nosotros hemos sido fieles cumplidores de los principales elementos de la vida que hemos profesado, hemos sido fieles a Dios en la misión desempeñada y hemos realizado el bien. Sin embargo, cuando llegan momentos decisivos podemos caer en la tentación de preferir la seguridad de lo ya conocido y probado, la protección de lo que hasta ahora nos ha garantizado seguridad. La incertidumbre del cambio y el riesgo de ir hacia lo desconocido nos desestabiliza.

Algunas veces la tristeza brota precisamente de esa incapacidad que se apodera de nosotros y que nos lleva a no desear ni esperar ya nada nuevo o que merezca la pena; sobre todo, cuando no tenemos la seguridad de que va a superar a lo anterior. Pero, ante esto, no debemos olvidar que la experiencia pascual nos impulsa a un ‘deseo de vida’. El mensaje pascual, amar la vida, es más un deseo de expectativa que de posesión. San Agustín nos decía, a este propósito, que el ‘deseo excava en el alma nuestra capacidad de recibir’. El mensaje pascual aumenta nuestra capacidad para recibir la novedad de la vida que nace.  

El papa Francisco, en su primera exhortación apostólica Evangelii gaudium, nos ayuda a evitar precisamente el que ‘nos roben la alegría’. Lo expresa así: el problema no radica siempre en el exceso de actividad, sino, sobre todo, en la actividad mal vivida, sin la motivación adecuada, sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga deseable. De ahí que las obligaciones cansen más de lo razonable y, en ocasiones, nos hagan enfermar. No se trata de un cansancio feliz, sino tenso, gravoso, desagradable y, en definitiva, no asumido.

Esta acedia pastoral, sigue diciendo Francisco, puede tener diversos orígenes: hay quienes caen en ella por empeñarse en proyectos irrealizables y no vivir de buen grado lo que razonablemente podrían hacer; otros, por no aceptar la costosa evolución de los procesos y pretender que todo les caiga del cielo; otros, por aferrarse a determinados proyectos o sueños quiméricos alimentados por su vanidad; otros, por haber perdido el contacto real con el pueblo, despersonalizando la pastoral que les hace prestar más atención a la organización que a las personas, acabando así entusiasmándose más con la ‘hoja de ruta’ que con la propia ruta; y otros caen en la acedia por no saber esperar y por pretender dominar el ritmo de la vida. El ansia actual de obtener resultados inmediatos hace los agentes pastorales no toleren fácilmente nada de cuanto signifique alguna contradicción, algún aparente fracaso, alguna crítica, alguna cruz (EV n. 82).

Aún queda mucha vida por escuchar

Frente a la acedia, a la ‘atonía del alma’ que es la tristeza, el deseo de seguir escuchando, como diría Evagrio Póntico y monje apodado ‘el solitario’. ¡Hermanos¡, aún queda mucha vida por escuchar. Baste quizás la urgencia de recuperar aquella espiritualidad de la que nos hablaba nuestro hermano Gustavo Gutiérrez en su libro de sobra conocido por todos: Beber en su propio pozo: en el itinerario espiritual de un pueblo. Un libro, por cierto, que ha marcado una época teológica y eclesial del siglo XX, como así es reconocido por algunos autores. Su valor está en presentar la espiritualidad como una aventura comunitaria, como la andadura de un pueblo que hace su propio camino en el seguimiento de Jesús, y no precisamente en unas condiciones históricas idealizadas, exentas de dificultades y sufrimientos, sino en medio de la soledad, del cansancio y de las amenazas del desierto, como un pueblo que camina en éxodo hacia la tierra prometida.

En la celebración de esta Pascua no podemos ignorar lo acontecido en la Iglesia y en la Orden en estos últimos años. Los acontecimientos que se indican son solamente un exponente de otros muchos que concurren en las comunidades. No digamos en nuestra vida familiar y personal. En cualquier caso, todo evento celebrado suma y enriquece nuestra trayectoria de vida y misión. Se nos ofrece a la escucha atenta. Hay sucesos que marcan el camino que transitamos y la trayectoria que trazamos. Sobre ellos debemos pensar, de ellos debemos hablar y con ellos hemos de convivir para dar mayor profundidad a lo que somos y mayor densidad a lo que hacemos.

Hermanos, Aún queda mucha vida por escuchar. La esperanza, escucha pascual, no se basa en los números, ni en la multitud de instituciones que tenemos (unas aún fuertes. Otras, en cambio, más mortecinas), ni en nuestros éxitos o fracasos. La experiencia pascual quiere enriquecernos, más bien, en Aquél en quien hemos puesto nuestra confianza. Por lo tanto, no cedamos a la tentación de los números ni a la obsesión por la eficacia programática; no absoluticemos los proyectos, por importantes que éstos sean. No dejan de ser mediaciones. No los hagamos fines en sí mismos.  Tampoco pongamos el valor de todo en nuestras propias fuerzas, ya que no profesamos replegarnos sobre nosotros mismos ni debemos dejarnos asfixiar por los pequeños líos diarios; tampoco queremos caer prisioneros de los problemas. Estos se solucionarán si salimos y ayudamos a otros a solucionarlos y a anunciar la Buena Palabra. Encontraremos la vida dando la vida; la esperanza, dando esperanza; el amor, amando (Cf. Francisco a los Consagrados).

Os invito a retomar, para ello, las expectativas que el Año de la Vida Consagrada había generado en la Iglesia para todos los religiosos. Éstas se recogen en la Carta del Papa Francisco a todos los Consagrados del 21 de noviembre de 2014. La Provincia de Hispania nace en un momento de impulso y renovación eclesial. Esta coincidencia histórica no es un dato menor para nuestro propósito, como no lo fue tampoco, en el año 2016, la celebración jubilar de la confirmación de la Orden en sus 800 años de servicio a la Iglesia en la Predicación del Evangelio.

Desde el año 2016 hasta el día de hoy, con toda la Iglesia, hemos participado en acontecimientos importantes. Señalo, por su relevancia, especialmente dos: el Sínodo de los Jóvenes, celebrado en Roma el pasado mes de octubre y el Año Santo Jubilar Vicentino, con motivo del VI Centenario de la muerte de san Vicente Ferrer, a punto de clausurarse a finales del presente abril.

La Exhortación apostólica del Papa Francisco Christus Vivit, con motivo del Sínodo, nos recuerda algunas convicciones fundamentales de nuestra fe, nos alienta a crecer en el camino de una vida que ha de identificarse cada vez más con el camino pascual que nos ha marcado Jesús y nos estimula, a su vez, el compromiso con la propia vocación. Os recuerdo, a este respecto, que los responsables de la pastoral juvenil y vocacional de la Familia Dominicana en España han querido en el presente Año Joven Dominicano visibilizar el trabajo y la dedicación que llevan a cabo en su trabajo con los jóvenes. He podido constatar la riqueza de ese trabajo impulsado por los responsables provinciales. También por los responsables locales en las distintas comunidades, especialmente en aquellas en las que algunos frailes están directamente implicados en esta tarea. Hablar de jóvenes es hablar de futuro. Esta mirada de futuro nos abre horizonte. Si logramos adquirirla en nuestras preocupaciones y tareas diarias no perderemos la oportunidad de renovar nuestro presente.

El Año Santo Jubilar Vicentino ha supuesto también un impulso importante a la hora de profundizar en un momento significativo de la historia de la Orden y de la aportación de uno de sus grandes predicadores, como lo fue san Vicente Ferrer. En las diócesis más implicadas el Año Jubilar ha supuesto más investigación histórica, mejor conocimiento del santo, la actualización de valores importantes para la predicación en nuestros días, celebraciones litúrgicas, refuerzo de la espiritualidad de un santo popular, etc. Hacer hablar a la historia nos otorga no solamente un mayor conocimiento del pasado, patrimonio de todos, sino también un refuerzo para seguir construyendo la memoria colectiva. En san Vicente renovamos el compromiso con la predicación del Evangelio, al modo de los apóstoles, en las circunstancias culturales concretas del presente. Esta aportación nos permitirá abrir nuevas metas en el futuro inmediato. Del mismo modo que no hay futuro sin pasado, no es posible un pasado sin un futuro que lo haga fructificar.  

A estas iniciativas podríamos añadir, como he afirmado anteriormente, otras muchas. Me dan esperanza. Algunas se van configurando de forma más permanente, ganando en personalidad propia y con acierto de creatividad apostólica. Me refiero a los desarrollos de las prioridades de misión que ha marcado la Provincia para estos años. También a la riqueza de muchas iniciativas locales y que surgen en las comunidades. En otra ocasión me detendré especialmente en ellas para mostrar agradecido cómo en la Provincia de Hispania los frailes aún no hemos perdido la capacidad de ‘despertar al mundo’, escuchando lo que Dios y la humanidad nos piden. Es tal la envergadura y relevancia de todo esto que bien merece una consideración aparte a la espera del pentecostés dominicano.      

Por último... ‘impacientes en la sed’

Como bien dice José Tolentino, en su Elogio de la sed, “no es fácil reconocer que se tiene sed. Porque la sed es un dolor que descubrimos poco a poco dentro de nosotros, por detrás de nuestros habituales relatos defensivos, asépticos o idealizados; es un dolor antiguo que, sin apenas darnos cuenta, descubrimos como que se ha reavivado, y tememos que nos debilite; son heridas que nos cuesta afrontar y, más aún, aceptar confiadamente”.

Pero, poco a poco. Si la Pascua nos vuelve ‘impacientes en la sed’ de Dios y del mundo al que hemos de servir, asumir la cruz como lo hizo Jesús bien habrá merecido la pena. Además, no lo olvidéis: «Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir. Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas» (Vita Consecrata, n. 110).

¡Feliz Pascua de Resurrección!

Madrid, 21 de abril de 2019