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El Amor que el mundo olvida

20 de diciembre de 2018
Carta de Navidad del prior provincial de la Provincia de Hispania, fr. Jesús Díaz Sariego

 

  “Celebrad la Navidad, la vida se hace presente.

El que viene nos llama a nacer de nuevo” (Cf. Jn. 3,3)

Queridos hermanos,

¡Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén! Hemos celebrado ya el tercer domingo de Adviento, domingo Gaudete, cuando la acogida del Misterio de la Navidad va adquiriendo el rostro alegre de quien percibe el cumplimiento de una promesa que es ‘buena noticia para todos’. Gaudete nos anuncia ‘la firme certeza de que hay una ternura que nunca se acaba’. ¿No será precisamente esta ternura de Dios el Amor que el mundo olvida?

El tercer domingo de Adviento narra y condensa una historia de fe. Su vivencia teologal percibe el anuncio de los profetas como una promesa que se cumplirá: Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Lo anunciado prepara el corazón de cada uno para recibir el nacimiento del Hijo de Dios en la vulnerabilidad de nuestra carne. Para ello, os invito a profundizar en la encarnación de Dios con la convicción de otro tiempo que está llegando. Si es así, entonces, ¿qué hemos de hacer para acoger al Dios que nace de nuevo en la propia vida y vocación? Según nuestra acogida mostraremos a un Dios que nace vulnerable en Belén, pero que llena con su presencia las heridas del mundo. Al percibir esto, tal vez su Amor no quede olvidado.

Nuestra condición vulnerable

Recuerdo de mi etapa de estudiante, en el entonces convento de San Gregorio en Valladolid, que un fraile profesor nos relató en una ocasión una anécdota de su vida que aún hago presente en mi memoria. Mis padres, nos decía, me enviaron a vivir con los frailes con apenas dieciséis años cumplidos. En mis primeras vacaciones, al volver a la casa familiar y reencontrarme con el hogar de la infancia, mi madre me preguntó: ‘¿Qué tal hijo, cómo se vive en el convento con gente desconocida?’ A lo que respondí con espontánea rapidez: ¡madre, hombres dejé y hombres encontré!

Con el paso del tiempo, cuando la propia vocación se va viviendo entre los frailes predicadores, podemos corroborar la experiencia del mencionado profesor: Hombres hemos dejado y hombres hemos encontrado. Esta constatación pone de manifiesto los límites, la vulnerabilidad que nos configura.  Es más, cuando nos reconozcamos necesitados y lleguemos a encontrarnos con nuestro límite, seremos personas de reconciliación y de salvación para los demás. Ellos, como nosotros, viven en un mundo que debe convivir cada día con sus límites, sus fatigas y sus pecados. El Papa Francisco nos lo recordaba no hace mucho: un religioso que se reconoce débil y pecador no contradice el testimonio que está llamado a dar.

El profeta Sofonías nos dice con exquisita profundidad que si el Señor nuestro Dios está en medio de nosotros, ya no debemos temer mal alguno. La cuestión no es tanto la propia debilidad como la dificultad de asumirla, faltando al doble coraje de reconocer y poner nombre a los propios miedos. El desafío consiste ahora en dar testimonio de cómo, a través de la complejidad, la ambigüedad, las tensiones, incluso las contradicciones… es posible ser humanos y, al mismo tiempo y hasta el fondo, personas consagradas dignas de confianza. El continuo lamento de las diferentes debilidades nos sitúa en el riesgo de transformarnos en murmuradores, pero no en discípulos. Al contrario, es posible asumir todo con dignidad, como hicieron ya nuestros padres, a los que no faltaron ni las dificultades, ni las humillaciones, ni los fracasos, ni las ambigüedades, ni las tensiones.

Ahora bien, la fragilidad connatural no debe convertirse en un pretexto para la corrupción. A este respecto debemos escuchar, una vez más, al Papa Francisco cuando insiste en una diferencia que es fundamental y absolutamente saludable: la distinción entre ser vulnerables y estar corrompidos. En particular, todos aquellos que hemos profesado los votos religiosos, debemos reconocernos vulnerables para evitar caer en la hipocresía y en la apariencia de una vida que esconda la corrupción del corazón. Herodes, por temor a perder su poder, se vuelve murmurador y corrupto cuando pretende manipular a los magos venidos de Oriente. Así decidió su corazón cuando oyó hablar del nacimiento de un rey para los judíos (Cf. Mt 2, 1-12).

Otro tiempo está llegando

En nuestra condición vulnerable, que no corrupta, otro tiempo está llegando. La ternura de Dios que percibe el profeta Sofonías nos abre a un tiempo nuevo. Lo anuncia el Apóstol Pablo en su carta a los Filipenses donde nos invita a presentar nuestras súplicas a Dios, porque Él, que sobrepasa todo juicio, custodiará nuestros corazones y pensamientos. El cuidado de Dios en su Hijo nos sumerge en el tiempo nuevo del Espíritu, un tiempo de salvación. 

Hoy en día estamos llamados, quizás con mayor urgencia, a percibir el paso de Dios por nuestra vida personal y comunitaria como Alguien que se goza y se complace en nosotros porque nos ama en nuestra debilidad. Dios pasó, sin duda, en algún momento dado de nuestra opción vocacional. Ahora sigue pasando de forma renovada y discreta en la vida personal de cada uno de nosotros. Este despertar requiere confianza en su promesa, ya que su cumplimiento se mide por el ‘latido del tiempo’ que hay en cada uno; también por lo vivido y ofrecido. Para ello debemos asumir como inevitable la actitud titubeante ante los nuevos pasos que debamos dar, lo que nos exige una gran dosis de paciencia. ¿No es éste el sueño de José? Un sueño en el que ‘hasta Dios mismo parece estar tomándole el pelo’.

El ‘latido del tiempo’ que hay en cada uno. Este pulso renueva el nacimiento de Dios en nosotros. Son muchos los ejemplos del vivir cotidiano que podríamos poner para percibir cómo ‘el corazón late en el tiempo’ de cada fraile. Basta con observar los achaques de cada cual. En la sociedad actual podemos acudir, igualmente, a muchos referentes. Me detengo, por su ejemplaridad, en la producción cinematográfica de hace unos meses con el estreno de la película La música del silencio, dirigida por el británico Michael Radford. Un film basado en las memorias del tenor italiano Andrea Bocelli. El guion cinematográfico cuenta cómo una cariñosa familia le impulsará a potenciar su talento musical desde que era pequeño, cómo la ceguera que empezó con su glaucoma congénito se convirtió en una pérdida de visión absoluta después de un golpe en la cabeza en un partido de fútbol y cómo, finalmente, se convirtió en uno de los tenores contemporáneos más admirados por su calidad humana y talento musical.

Más allá de la valía profesional, internacionalmente reconocida, su persona no pasaría desapercibida si no fuera porque representa una misión diaria, un esfuerzo constante; muestra la lucha de alguien que para ser como los demás, debe trabajar más que otros, en cada gesto, en cada paso. Además, tuvo la suerte de contar con una familia que lo impulsó a su propia superación. Algunos han afirmado de él que ‘su voz dorada superó la ceguera y otros obstáculos para encontrar el éxito en el escenario mundial’. Esta historia personal nos educa en la relación entre ceguera y oído; lo auditivo se percibe aumentado por la pérdida de visión. Una muestra, quizás, de que en la vulnerabilidad de su condición alcanzó a superarse.

La utilidad de lo vivido y el sueño de lo realizable. Lo vivido, cuando se ofrece a otros, puede mostrar el Amor de Dios que en nosotros se ha engendrado. He percibido en no pocas conversaciones con vosotros el deseo de ‘hablar en voz alta, pero con la voz más baja’ -aún perdura una cierta humildad a la hora de relatar la memoria de lo vivido- los propios sueños realizados o no. En dichas conversaciones se refieren sucesos, se relatan biografías, se cuentan aventuras y hazañas con la ayuda del propio mundo que vamos creando en nuestro interior y que nos acompañan siempre en la vida. Quizás, por aquello del necesario reconocimiento. No obstante, debemos saber que lo vivido nos resulta útil al menos para nosotros. Quizás también para otros muchos. En cualquier caso, cuando alcanzamos a contar bien lo vivido abrimos mundos posibles para que otros, los más jóvenes, puedan transitar por los caminos que desde Dios ya hemos recorrido.

Lo decía, a este respecto, el poeta granadino Luis Rosales ‘la palabra que decís viene de lejos y no tiene definición, tiene argumento. Cuando decís ‘nunca’, cuando decís ‘bueno’, estáis contando vuestra historia sin saberlo’. En esto mismo incide la periodista alemana Andrea Köhler en su reflexión filosófica, El tiempo regalado. Un ensayo sobre la espera. La escritora viene a decir que ‘el mejor tiempo regalado es la vida’. El regalo tiene que ver con el deleite; con lo grato y placentero; con lo delicado y gratuito; con lo donado y entregado. Efectivamente, el mejor relato de la Provincia de Hispania, su mejor tiempo regalado, es vuestra vida. ¡Gracias!

La actitud titubeante ante lo nuevo. María e Isabel, en los relatos de la infancia, nos sumergen en sus propios ‘titubeos’ antes de dar a luz a sus respectivos hijos. Franz Kafka lo denominó ‘el titubeo antes del nacimiento’. El presente y el futuro nos marcan otros caminos. ¡Hay que decirlo! Nuestro tiempo es otro; pero también es un tiempo del Espíritu. La llamada ‘desamortización del siglo XXI’ a la que estamos asistiendo, al menos en nuestro contexto provincial, es ocasión óptima para desarrollar con creatividad nuestra fidelidad. Esta creatividad no va a reproducir sin más las cosas como se han venido haciendo hasta ahora. Va a partir, eso sí, de ellas para irlas haciendo evolucionar a otras exigencias del momento. La creatividad, por fidelidad, no va a poder mantener del mismo modo los compromisos adquiridos, ni las presencias existentes como hasta ahora las hemos conocido. Ni se puede ni se debe. La Provincia de Hispania, querámoslo o no, será algo distinta a lo hasta ahora conocido si quiere ser fiel a los signos de Dios en el presente. El futuro de María y de José es Jesús. Nuestro futuro es Jesucristo. No hay otro.

En épocas de desierto y de escasez, el tiempo es de Dios. Hermanos: estamos en el tiempo de Dios, no lo olvidemos. Un kairós, un tiempo favorable, en el que reconducir nuestra fidelidad al Señor y a los hermanos hacia otros derroteros. Escuchemos y recibamos lo que se nos ha entregado con agradecimiento. Pero no nos quedemos en ello a toda costa. Será un esfuerzo inútil. Nos desgastará y frustrará porque no podremos mantenerlo de la misma manera. Si la palabra ‘fidelidad’ es, en palabras de Charles Péguy, la más bella de las palabras o, como otros han expresado, la palabra mágica en el lenguaje del amor, hagamos que el presente refleje fidelidad en el amor a los signos de los tiempos. Hemos de apreciar especialmente estos signos, aunque nos resulten desconcertantes o incomprensibles; aunque desestabilicen nuestras seguridades. En ellos Dios puede querer expresarse. Además, el Espíritu nos llevará a donde quiera y cuando quiera, no necesariamente a donde nosotros hemos programado.

Entonces, ¿qué hacemos?

¡Ser pacientes! La paciencia serena nuestro ánimo.  Decía Rilke, en sus Cartas a un joven poeta, que no hay medida del tiempo: no sirve un año, y cien años no son nada; ser artista quiere decir no calcular ni contar: madurar como un árbol (…) ¡La paciencia lo es todo! Hace unos meses un buen amigo me regalaba la novela póstuma de Antoine de Saint Exupéry, Ciudadela. Novela densa. Habla de madurar el corazón. El amigo me había escrito en la primera página, con mucha delicadeza, esta dedicatoria qué él mismo soñaba: ‘imagino, escribe, que el trabajo de tejer una provincia se asemeja al de edificar la ciudadela. Para realizar con éxito ambas tareas hay que conocer bien el corazón de los hombres y, así, amar en ellos lo digno de ser amado y extirpar en ellos lo que los destruye. Y también es necesario conocer a Dios, dirigir al Él las plegarias, dejar que sea Él quien sostenga y vaya tejiendo la vida de la ciudadela, de la provincia’. Precioso. Esto requiere saber esperar. La ‘paciencia’ de la que hablaba Rilke encuentra en Ciudadela un buen exponente humano para construir y construirse.

¡Saber esperar!, y ello a pesar de que la espera paciente es una lata. Sí. Esperar para muchos de nosotros es un trastorno. Y, sin embargo, es lo único que nos hace experimentar el paso del tiempo y sus promesas. Además, esperar es propio de toda evolución, nos sitúa en transición. El que espera imagina lo venidero y ha de contar con la experiencia del vacío y de la falta de luz suficiente para ver más claro.  Además, en la espera algo duele; por eso el que espera es el que más ama. La ausencia del otro convierte a aquel que espera en el condenado a quedarse. Si no logramos darnos vida a nosotros mismos en la espera, difícilmente podremos crecer en el mundo al que hemos sido enviados a predicar. Darnos vida para que otros, a su vez, puedan tener vida. He aquí nuestro primer compromiso en el presente. Si el que espera es el que más ama, el que no sabe esperar ‘se roba a sí mismo’. María esperó en su condición de madre y así no ‘se robó a sí misma’.

¡Seguir haciendo! Tanta espera nos puede desesperar. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Qué hacemos mientras tanto? Es la pregunta que de forma reiterada y hasta en tres ocasiones le hace la gente al Bautista cuando muchos se disponen a escuchar su predicación como una llamada a dar frutos de conversión interior. Tres respuestas encontramos: Repartid lo que tenéis; No exijas más de lo establecido; No hagas extorsión a nadie. En estas respuestas se condensa un mensaje bien claro de lo que procede hacer durante la espera. No necesita más comentario. Son respuestas que hablan por sí mismas.

Por último y concluyendo: si somos vulnerables no somos mejores que nadie; si otro tiempo está llegando es porque lo necesitamos; si se nos confronta con la pregunta, entonces, ¿qué hacemos? es porque el Señor sigue confiando en nosotros. El Misterio de la Navidad, porque el Adviento así nos ha preparado, nos despierta todas estas cosas y nos recuerda el Amor de Dios que quizás el mundo ha olvidado.

¡Feliz Navidad!

Madrid, 20 de diciembre de 2018

Fr. Jesús Díaz Sariego, O.P.

Prior Provincial