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Entendido

Documento

Carta de Navidad 2020

18 de diciembre de 2020
Carta de Navidad del prior provincial de la Provincia de Hispania, Fr. Jesús Díaz Sariego

 

Dios en los sueños de José y de Domingo

 

“Mira, la virgen está encinta,

dará a luz un hijo que se llamará Emmanuel,

que significa: Dios con nosotros” (Mt 1, 23)

 

Queridos hermanos,

               Es una lástima, pero no existe ninguna formación universitaria que nos prepare para la impotencia, cuando ésta no se tolera más que a sí misma. No hay ninguna capacitación que nos prepare para la queja, ninguna receta para atajarla. Tampoco existe adiestramiento alguno que nos prepare para la Gracia.

 La irrupción del ángel del Señor en el sueño de José nos permite, quizás, abordar desde la Gracia las principales dimensiones de la vida. José, al conocer que su prometida estaba embarazada y al no querer denunciarla o difamarla, había decidido separarse de ella de una manera discreta y en secreto. Esta decisión se ve trastocada cuando en su corazón se despiertan palabras tranquilizadoras, al mismo tiempo que desconcertantes: no tengas miedo, toma contigo a María -tu mujer- porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Mira, la virgen está encinta, dará a luz un hijo que se llamará Emmanuel, que significa: ‘Dios con nosotros’ (cf. Mt 1, 20.23).

¡Es cierto! Estos versículos los hemos recitado muchas veces. Cada año vuelven de nuevo como si de una melodía musical repetitiva se tratase. La iteración prolonga su vigencia. El relato se vuelve necesario para evitar el olvido, porque la palabra leída o hablada es contraria a la pérdida. Una de sus mayores facultades -acaso la más importante- es la de prestar consuelo; es decir, ‘aliviar el ánimo’ para recibir aliento, para reconfortarnos en momentos especialmente difíciles. 

 Un aletargado otoño

Las palabras del ángel a José retumban en lo que la humanidad está viviendo en este momento y producen su eco. Solemos resaltar año tras año, de manera especialmente sentida durante el periodo navideño, aquello que más nos duele de la actualidad que nos circunda. Lo que sucede a nuestro alrededor, de cuando en cuando, nos altera y despierta de forma irritante cada mañana. El psicoanalista Jacques-Marie Lacan parece tener razón cuando escribe que ‘la realidad es aquello contra lo que chocamos’. Sin embargo, con José, nos gustaría seguir prolongando ‘un sueño’ en el que se perciba a un ‘ángel’ siempre presente.

Las semanas del Adviento han sido especialmente gélidas, incluso en el verano ya llegado para nuestros hermanos en América del Sur y en la Amazonía peruana. Los frailes en el Caribe, en Guinea y en Centroamérica han de soportar el viento frío, violento, de diciembre. Otros frailes, por razones de oficio o de estudios, se encuentran en otros lugares (Roma, Jerusalén, Yaundé…) no ajenos a este aletargado otoño que ha venido con claros signos marcados por la naturaleza.

La muerte parece seguir imponiéndose en algunas de sus manifestaciones más duras. Los medios de comunicación nos recuerdan a este respecto, con acostumbrada frecuencia, la llegada de miles de migrantes a las costas europeas ‘ateridos de frío, con los labios azulados y con signos de hipotermia’. Nos hablan de ‘madres exhaustas incapaces de mantener a sus bebés secos y calientes’. ‘Tienen miedo por sus hijos. Temen tener que desprenderse de ellos’. Algunas madres los han perdido para siempre. Otros muchos ejemplos de desolación podríamos poner a poco que observemos la realidad y escuchemos su latir palpitante, tanto en España como los Vicariatos y en Guinea Ecuatorial. De toda desolación quisiera dejar constancia, pero me vais a permitir detenerme un poco más en lo que a todos nos tiene ahora atrapados. Me refiero a la pandemia y a su virulencia a lo largo de estos meses.

La Covid-19 lejos de remitir nos sigue recordado, en esta segunda ola, que permanece activa y presente en el organismo humano de muchos pacientes. Continúa formando parte de las preocupaciones cotidianas por su afectación a la vida diaria ¡Cuántas veces hemos oído e incluso sentido palabras como éstas! Confinamiento, cuarentena, neumonía bilateral, respirador, asintomático, disnea, intubación, mascarilla, morgue… y un largo etc. Palabras que hemos tenido que utilizar para describir la vida y la muerte de muchos seres queridos.

En el mundo más desarrollado creíamos que ya no podía existir ningún virus que nos hiciera vulnerables. Muchas seguridades se nos han venido abajo. No sólo las referidas a la salud, también aquellas otras que nos configuran en nuestras relaciones interpersonales y sentidos de pertenencia. El coronavirus nos ha ‘desprogramado’ y ‘cambiado’ en los ritmos habituales de trabajo; también en las relaciones o, al menos, en nuestros modos de relacionarnos. Nos ha limitado para el encuentro interpersonal y comunitario, para la libertad de movimiento y la espontaneidad connatural en el saludo y el abrazo amistoso. Recomponer todo esto llevará su tiempo. Sin embargo, el uso de las mascarillas nos ha obligado a mirarnos más a los ojos y a descubrir cómo el otro ‘transmite mejor aquello por lo que sufre’. Esto lo dice la gente en la calle. ¿Por qué no podemos decírnoslo entre nosotros? No somos tan diferentes, pertenecemos a la misma condición humana.

La calle tiene sus modos inteligentes de canalizar la queja y la protesta, sus decisiones interiores. Baste una simple mirada a los grafitis dedicados a los empleados sanitarios y al peligro que experimenta el mundo. Ellos dan una idea del impacto de lo sucedido. En las calles de las ciudades se han desplegado durante este tiempo toda la creatividad e inspiración artística que conlleva el momento. Me llamó la atención el grafiti del artista brasileño Eduardo Kobra, titulado ‘Coexistencia’. Muestra a un grupo de niños y niñas cubiertos con mascarillas. En cada una de ellas se dibujan símbolos de diferentes religiones. ‘Resaltan sus ojos y su triste mirada’. Una observación del mundo desde la ‘Coexistencia de los niños’. Esta protesta urbana nos hace pensar sobre la buena nueva de la Navidad. Quizás en un mundo de coexistencias diferentes Dios pueda morar mejor. ‘Coexistir’ es ‘convivir’, que no es poco y, además, conlleva ‘cohabitar’, vivir juntos en un mismo lugar, en un mismo planeta llamado Tierra. Eso sí, no de cualquier manera. No sin derechos, ni justicia, ni bondad…

Este reclamo a la ‘coexistencia’ no es, en absoluto, banal. Ya nos lo había recordado el filósofo Paul Ricoeur en sus nutridas reflexiones: hay dos experiencias de la vida que nos hacen sufrir porque nos hieren y frustran: la toma de conciencia de que somos mortales y la percepción de que no somos reconocidos ni queridos por todos.

Una Provincia agradecida

En la Provincia también estamos pasando por un aletargado otoño. Un momento especialmente triste. Algunos de nuestros hermanos nos han dejado y apenas hemos podido despedirnos de ellos. Sin embargo, ¡cuánto me alegra recibir de vosotros escritos, semblanzas, palabras sentidas por los hermanos que nos dejan! Generalmente no solemos, quizás mejor así, desplegarnos públicamente con grades elogios. Pero he de reconocer la paz silenciosa que transmiten. Estas manifestaciones y otras muchas, silenciosas y que aquí no se recogen, han sido oraciones durante el Adviento. El mayor don que podemos recibir será hablar siempre bien de los demás, resaltando más la Gracia que los habita y no tanto sus limitaciones. Será nuestra oración más honesta y auténtica.

Nos hemos percatado con más intensidad de lo que ya sabíamos: que somos vulnerables y mortales. ¡También hemos estado confinados! La pascua de nuestros hermanos nos acerca a lo que somos. Recordar esto no implica siempre tristeza; a veces, bien al contrario, consiste en un generoso revivir. ‘Acordarse de…’ conlleva un ‘volver a pasar por el corazón’. Algunos especialistas en estas temáticas afirman que este ‘volver’ es una de las mejores sabidurías de la vida, porque está al alcance de todos. Su desarrollo en nosotros nos reduce en la sensación de vivir ‘apesadumbrados’. Nos devuelve certidumbre y despierta el oído para la escucha de lo que ocurra a nuestro alrededor.

Hölderlin nos dejó, a este respecto, un precioso legado sobre nuestro cometido: ‘estamos destinados a existir como escucha’. Acogiendo el silencio, buscamos consuelo; es decir, sentido y señal para concebir la realidad de otra manera. También la de aquellos hermanos que nos han dejado. El pensador y músico Ramón Andrés, en su magnífica obra Filosofía y consuelo de la música, también nos ayuda a profundizar en esto mismo cuando dice que ‘la propiedad auditiva, el sonido tomado como guía y medida de la conciencia, hace del ser humano un espacio oyente, un existir en el punto de escucha’. La Escritura se gestó en la escucha. Nuestra vida y la de nuestros hermanos, en lo que tiene de memoria vivida y compartida, también se genera desde la escucha.

Con miles de familias hemos sufrido las mismas restricciones sanitarias aplicadas para todos. Una oportunidad para acoger y comprender mejor a tantos y tantos heridos y sufrientes por la vida propia y la de otros. No permanecemos ni ciegos ni sordos a la cruda realidad de muchos. Algunos nos son conocidos y especialmente cercanos. A otros los sentimos desde esa solidaridad innata que aún permanece en el corazón humano, también en el nuestro. Pareciera que los que se van ‘se callan para siempre’. Sin embargo, la fe asentada en la Palabra de Gracia que han tenido nos descubre otra cosa: pase lo que pase, debemos alegrarnos de que el sol, cada mañana, se alce sobre el mundo y nos invite a todos los apesadumbrados a presentar con él una oposición incondicional a la noche gélida. No lo olvidemos: ‘mientras dure el día hemos de trabajar en las obras de aquel que creó la vida’. Hemos de escuchar esto una y otra vez. ¡Sí! Hemos de escuchar esto una y otra vez, ‘una… y otra vez…’.

La Gracia de la Navidad

A muchos la Navidad no les hace ninguna ‘gracia’. Algunos de sus añadidos no les gustan para nada. ¡Tienen razón! Esos falsos complementos navideños hasta nos irritan en algunas ocasiones. Pero… ¡qué pena! Si volviéramos al Misterio de lo que se celebra, con la austeridad y el silencio debidos, estoy seguro, nos veríamos bastante reconfortados. El Dios que nace y renace en todas las lenguas se explicó, por fin, con otra voz. La voz de la encarnación. Dios no se inventa sueños para evadirse de las realidades humanas, aunque el mensaje del ángel a José transcienda toda teología. Sus sueños nos arrastran a una visión diferente de nosotros mismos y del mundo. No nos deja atrapados en nuestra impotencia, queja o ausencia de Gracia. Los sueños de Dios son la invitación más hermosa que alguien pueda hacernos. La exhortación a repasar, junto a Él, los fundamentos de la existencia.

Los versículos de Mateo que encabezan esta carta son, por tanto, una verdadera Gracia. En ellos podemos percibir algo que debe gustarnos:  nos encantaría ser esos hombres y mujeres de fe que logran asentarse en la Palabra de un Dios que nos prefiere por encima de todo. ¡Debemos escuchar bien esto! Nos prefiere incluso, más acá y más allá de la muerte y de la pandemia, y…. de nuestras envidias y rencores. Aún más, en el misterio de la Navidad nos invita a poner límites al caos que percibimos cuando lo más vulnerable nos arrastra. Pero, vayamos por partes:

Mira, la virgen está encinta… La experiencia de fe que nos descubre el misterio de la Navidad nos sitúa en una concepción de lo creado como don y tarea. Podemos afirmar, sin reparo, en palabras de Francesc Torralba, que ‘estamos hechos para el don, llamados a dar lo que somos, a revelar lo que llevamos dentro de nosotros mismos al mundo y a los otros’. Aún más: ‘somos constitutivamente don y estamos llamados a ser don para los demás. Nuestra condición de ser es la fuente de todo don y vivir conforme a esta condición es darse’. Que la virgen esté encinta no tendría mayor relevancia, mayor Gracia, si no fuera por esto que acabo de decir.

El mensaje navideño, en este sentido, es directo, al mismo tiempo que cercano y respetuoso. La invitación que nos hace ‘a mirar’ no tiene precio. Es una constatación digna de estima porque está llena de vitalidad, de futuro, de esperanza. Además, es un mensaje alegre, positivamente alegre, valga la redundancia. Nos invita cortésmente a mirarlo, a observarlo y a contemplarlo. Pero sobre todo a hacerlo propio y a quererlo. Mientras esto último no se dé, creo yo, no hay un mayor compromiso con la encarnación. Las profecías bíblicas, como sabemos, no solamente proyectan sucesos para todos, indican también procesos que nos implican. Decir que ‘la virgen está encinta’ indica un proceso que se inicia en María, pero que continúa en nosotros. El don del embarazo no es para quien lo procura. Es más bien para otros. Por eso todo nacimiento, en su proceso, es vitalidad siempre nueva que hay que ir construyendo.

A este respecto sí quiero tener una palabra de ánimo y de aliento a tantos y tantos frailes que de forma silenciosa siguen trabajando con profundidad e implicación en bien de la Provincia. ¡Gracias por su constancia y por ‘seguir sumando’ a pesar de los sinsabores y las dificultades! Sin su esfuerzo y trabajo, no se abriría ningún futuro en la Provincia, porque no habría don entregado a los demás a cambio de nada.

…dará a luz un hijo que se llamará Emmanuel… Dar a luz un hijo y nombrarlo como Emmanuel supone un conocimiento de las necesidades humanas nada despreciable. Muestra una mirada sobre la esencia de lo humano remarcable. Sabemos cómo para el judaísmo los nombres son mucho más que unas simples etiquetas que identifican personas. Suponen claves para registrar patrones culturales dentro de la historia judía y a la vez revelan parte de las orientaciones sociales, políticas y religiosas a través de los siglos. En algún momento de la historia del pueblo de Israel los nombres eran irrepetibles, propios de la persona a quien se le asignaba. Cada uno llevaba el propio nombre como ‘de su propiedad’ y nadie podía usarlo de nuevo. Luego cambiaron las costumbres. En la profecía el ‘Emmanuel’ es uno y único; irrepetible, porque es un bien para todos.

Hannah Arendt cuenta, en una carta a Gersohm Scholem, uno de los mejores especialistas de la mística judía, que no cree en el mal radical, sino en el bien radical. Habla del nacimiento -¡y cuánta razón tiene!- como ‘paradigma del perdón y de la promesa’. Comprende al recién llegado a una colectividad como portador de un nuevo comienzo de vivir en comunidad. Todo esto comprendido en el mejor sentido de lo político, ahí donde Arendt quiere llegar. Lo ‘político’, en su concepción más aristotélica, tiene que ver también con nuestra vida comunitaria y fraterna. Deberíamos examinar en profundidad los modos de hacer realidad los ‘ideales’ que hemos adquirido como promesa; nuestro compromiso con las leyes y las costumbres que hemos profesado como perdón y misericordia; nuestra relación con las propiedades que hemos recibido como gratuidad. Todo ello desde el Misterio de la Encarnación que nos transmite el Evangelio. En ello va nuestro nombre. No es sólo cuestión de ‘buena’ o ‘mala’ fama, calificativos siempre sometidos a la manipulación y esclavitud de las pasiones. Se trata de algo mucho más radical. Llamarse ‘fraile predicador’ es procurar que el don de Dios que hay en cada uno sea para otros. Cada uno de nosotros somos irrepetibles si somos un bien para los demás.

A nuestro alrededor hay muchos que ‘traen comienzos de sobra’. Es justo reconocerlo. Sobre esto podríamos poner muchos ejemplos. Lo que más me ha llamado la atención de algunos de nuestros mayores son los caminos que han logrado abrir, con mayor o menor facilidad o dificultad, en sus tiempos de vida. Es verdad que ahora estamos en otro momento cultural y social. La Provincia misma está en otro horizonte y los comienzos requieren nuevas claves, nuevos impulsos… pero sobre todo buena conexión con la realidad del presente. Los frailes en plenitud de vida y los más jóvenes lo lograrán. Sabemos desde Dios, como hombres de fe que somos, que ocurra lo que ocurra será ‘buena noticia’, porque hemos de ver siempre la nueva oportunidad que se nos brinda. Al menos debemos discernirlo. ¡Qué difícil nos resulta incorporar esto a nuestra espiritualidad de vida! Sin esta dimensión se hace realmente difícil un nuevo comienzo, ni en lo personal ni en lo comunitario.

… que significa: ‘Dios con nosotros’. Muchos, cuando se dispusieron a escuchar que ‘Dios está con nosotros’ se asustaron. Renegaron de lo escuchado. Se burlaron e, incluso, lo consideraron como el engaño de un Dios inexistente. Otros se quejaron al haber oído algo que les parecía poco creíble. La primera predicación apostólica ya se encuentra con estas y otras dificultades. Sin embargo, la Navidad, nos invita a decir que, efectivamente, ‘Dios está con nosotros’. No es un sarcasmo, ni una burla, ni un engaño. Si es, en cambio, una gran responsabilidad para quien crea en ello y lo predique. Es una apuesta distinta, otra mirada diferente sobre nuestra condición y sobre las circunstancias que la envuelven.

‘Dios con nosotros’ es una experiencia que transmite ternura. La necesitamos para darnos más y mejor a los demás. Lo podemos hacer porque la grandeza de Dios no nos humilla, más bien nos exhorta y eleva sin caer en la idolatría de lo religioso sin más. Tampoco en un dogmatismo rutinario que ya ni analiza ni piensa. Nos lleva a la connivencia con la Gracia. Esta complicidad supera a la queja, a nuestras ‘quejas’. Marion Muller-Colard, escritora y teóloga protestante, nos habla en su libro El otro Dios. La queja, la amenaza y la gracia, de la ‘Queja’ con mayúscula, para referirse a la agónica existencia de Job. Parece que Dios no está con él y que le ha abandonado. En algunos momentos, así me lo soléis transmitir, vivimos la experiencia de Job. Dios parece ausente, como si nos hubiera dejado a nuestra suerte. Esta vivencia hace brotar de forma más enérgica, pero legítima, nuestras quejas.

Permitidme, retomando a Job como referencia, una palabra sobre ‘las quejas’ según la autora que he citado anteriormente. Necesitamos reflexionar sobre esto. Las ‘quejas’ pueden tambalearnos y hacernos ‘perder pie’, cuando tienen sus reiteradas inercias. Hay quejas que se resisten a todo consuelo. Su poder de opacidad aleja cualquier sonrisa y cualquier mano tendida. Hay quejas que nos arrastran hasta la desmesura. Igual que Job, también nos sentimos tentados de despertar al Leviatán. Ahí reside el auténtico peligro de las quejas: querer llevar el mundo a la ruina cuando nuestra propia precariedad se nos vuelve insoportable. Las quejas son lo que Martín Lutero llamó ‘el repliegue sobre uno mismo’; esto lo consideraba el pecado por excelencia. Si es un pecado, no será por un sentido moral, sino más bien por reflejar una falsa ilusión que nos aleja de lo real y esto no tiene que ver con el sueño de José. Las quejas nos engañan cuando nos hacen pensar con falsedad que el dolor lo manejamos a nuestro antojo y nos alejan del ‘sueño sobre lo real’, cuando nos hacen creer que nuestro propio desmoronamiento es el final del mundo y de los demás.

Octavio Paz lo refleja bien en estos versos en uno de sus poemas titulado Libertad bajo palabra:

Nada soy yo,
cuerpo que flota, luz, oleaje;
todo es del viento
y el viento es aire
siempre de viaje…

‘En la mesa con santo Domingo’

Del 6 de enero de 2021 al 6 de enero de 2022 celebraremos, con motivo del VIII Centenario del Dies natalis de Santo Domingo, un nuevo año jubilar. El Calendario 2021, confeccionado y editado por San Esteban Editorial-Edibesa, enviado durante el Adviento a todos los frailes y demás miembros de la Familia Dominicana, nos lo recuerda. La Comisión de Familia Dominicana programará algunas celebraciones con motivo de dicha efeméride. El equipo O_Lumen tiene prevista alguna actividad para conmemorar el Año Jubilar. En Caleruega se organizará una exposición y otros eventos en colaboración con varias instituciones regionales, provinciales y diocesanas. Algunos frailes preparáis escritos sobre santo Domingo. Estas y otras iniciativas nos ayudarán a retomar la personalidad y espiritualidad de Domingo. Se inspiran en el lema de la Orden para celebrar el Centenario: ‘En la mesa con santo Domingo’.

Quisiera finalizar mi carta de Navidad haciendo mención, de nuevo, a Dios en los sueños de José y de Domingo. Son sueños ‘diurnos’, aquellos que nos mantienen vivos y en esperanza. De todos es conocido por los historiadores el sueño que tuvo su madre Juana de Aza cuando estaba embarazada de Domingo. Los primeros hagiógrafos, según relata Vicaire en su Historia de santo Domingo, han recogido sobre su nacimiento varios rasgos edificantes. Entre otros ‘el perrito que la madre vio en sueños antes de concebir y que debería llevar en su seno, de donde saldría con una antorcha encendida en su boca en ademán de incendiar el universo’. Este sueño, se pregunta, ‘¿no quería prefigurar al predicador insigne, que, con el ladrido de su santa palabra, excitaría a la vigilancia de las almas dormidas en el pecado y llevaría por todo el mundo aquel fuego que Jesucristo vino a traer a la tierra?’

¡Es verdad! Lacan, como indicaba anteriormente, tiene parte de razón al decirnos que ‘la realidad es aquello contra lo que chocamos’, pero no es menos cierto que debemos seguir soñando despiertos para reforzarnos en ilusión y esperanza. Domingo, porque fue un hombre soñador, fue emprendedor y predicador infatigable. Dios estaba con él.

              Un abrazo y Feliz Navidad,

 

Madrid, 17 de diciembre de 2020