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Entendido

Documento

Carta de Navidad 2019

20 de diciembre de 2019
Carta de Navidad del prior provincial de la Provincia de Hispania, Fr. Jesús Díaz Sariego

 

El diálogo que somos a la luz de Jesucristo

“Casa de Jacob, venid;
caminemos a la luz del Señor” (Is2, 5)

Queridos hermanos,

  “Casa de Jacob, venid; caminemos a la luz del Señor”. Con estas palabras de Isaías iniciábamos el tiempo litúrgico del Adviento. Ellas atraparon mimente y corazón durante estas últimas semanas. De manera recurrente venían una y otra vez en los distintos lugares por los que he transitado estos días por los compromisos provinciales adquiridos. Cuando me dispongo a escribiros esta Cartade Navidad brotan de nuevo y, como si de un hilo conductor se tratasen, no puedo despegarme fácilmente de ellas.

  Sumergidos ahora en la celebración del Misterio de la Encarnación escuchamos de nuevo el anuncio del ángel: hoy en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Este anuncio envuelve con su luz el camino trazado por el profeta y constata el cumplimiento de lo prometido. Se nos brinda una vez más la oportunidad de celebrar la presencia ‘de la luz verdadera que ilumina a todo hombre’. Por ello cantamos a una sola voz: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por Él! Sin duda alguna, hay nacimientos que merecen la alegría del ‘Gaudete’, al seguir ofreciendo en nuestro tiempo la intensa comunicación de un Dios que en María ha ‘dado a luz’; la luz del encuentro de lo divino con lo humano y viceversa; la luz de la Palabra y de la cohesión. No en vano, como dice san Ireneo, ‘la gloria del hombre es Dios; el hombre, en cambio, es quien recibe de Él su sabiduría’.

  Pero, ¿cómo poner en relación esta gloria divina con la ‘tierra y sus anhelos de paz’? ¿Cómo percibir que somos amados por Él? Más aún, ¿cómo vernos implicados en lo que la encarnación de Dios nos ofrece y entrega? En estas cuestiones percibo el deseo profético de ‘caminar en la luz’, pero con las mediaciones humanas. Al fin y al cabo, somos nosotros los que transitamos por el camino que la vida nos marca. ¿Cómo caminar bajo la luz de Dios interactuando durante la travesía con Él y con los demás? Me vino entonces a la mente la expresión, no por filosófica menos teologal, del diálogo que somos. Me refiero a lo que nos constituye de veras o, en todo caso, a lo que nos ayuda a ser más humanos. Un empeño nada fácil, pero apasionante.

  Pretendo, por tanto, ofrecer una reflexión sobre lo que recibimos de un Dios hecho hombre; sobre su diálogo y luz para el camino. Si a ello añadimos la experiencia personal de amor que nos ofrece Jesucristo, las posibilidades de ese diálogo llegan a su mayor plenitud; de este modo podemos enunciarlo ya dicho: El diálogo que somos a la luz de Jesucristo. Sigamos adelante con la reflexión navideña, aunque sea por un camino poco convencional...

I. El diálogo que somos...

  El diálogo que somos no es una expresión propia, basta observar la cantidad de publicaciones en diversos ámbitos del pensamiento para descubrir que se ofrece como un título recurrente. Por algo será. Es una afirmación muy apetecible para los pedagogos y educadores. Cómo no para los que buscan fundamentos éticos en toda buena comunicación. Quizás menos para los políticos. En todo caso, una expresión necesaria, ‘imprescindible’, para los predicadores. Pero yo ahora la retomo del libro de uno de nuestros mejores filósofos, Fr. Juan Manuel Almarza, hoy día muy enfermo en una de las enfermerías provinciales. Vaya con este gesto mi reconocimiento y agradecimiento a todos y cada uno de los frailes enfermos en la Provincia. El mismo autor siempre nos decía, con cierto sentido del humor, que ‘se sentía orgulloso del título que había puesto a su tesis doctoral por la riqueza espiritual del contenido que expresa, al ofrecerse como una puerta para entrar y saliren la exploración de los misterios de la vida, así como una palabra-guía, para enmendar el camino’, apostillaba.

  Hablamos del diálogo que somos desde la experiencia diaria, en nuestro estar aquí y ahora, en nuestra historia personal y comunitaria. Es bien sencillo. Lo que quiero interpelar se refiere a la comunicación. No por estar más conectados estamos mejor comunicados. Todo depende de los niveles de comunicación que tengamos con nosotros mismos (nos conocemos menos de lo que parece), con los demás miembros de la comunidad. Pero también con el mundo que nos rodea, sus problemas y preocupaciones, sus injusticias y sufrimientos, sus heridas y esperanzas. En definitiva, el diálogo que somos tiene que ver también con la comunicación con Dios. Desde el misterio de la encarnación no podemos decir que estamos bien comunicados con Él si no estamos adecuadamente comunicados con nosotros mismos y con los demás. Mucho menos sino nos dejamos interpelar por el diálogo que nos abre al mundo, especialmente al que proviene de aquellos que están en una situación de mayor vulnerabilidad; me refiero a los que prestan especial atención las Bienaventuranzas.

  ¿Cómo percibir que somos amados por Dios en su encarnación desde la puesta en práctica del diálogo que nos descubresu nacimiento? Lo hemos podido constatar a lo largo del Adviento, y ahora durante el periodo de Navidad, en los textos bíblicos de la Liturgia. Esta Palabra reiteradamente denuncia la injusticia de todo tipo, las dificultades incluso para nacer y sobrevivir. Los personajes bíblicos de la Navidad acogen especialmente este último mensaje. Ante ellas muestran más bien una actitud contemplativa y activa, al mismo tiempo,desde la novedad que perciben de Dios en Jesús. En su experiencia, el diálogo que somos se vuelve más personal, intransferible, único ante Dios, pero responsable ante los demás. Fijémonos, sino, en la actitud de José, de María, de los que acuden a Belén para adorar al Niño, etc. Todo un aprendizaje para nosotros.

El beso de la Palabra

  No debe extrañarnos esta expresión. No en vano después de leer el Evangelio en cada Eucaristía besamos la Palabra que acabamos de proclamar. El día de Navidad besamos, en actitud de adoración, al Niño que acaba de nacer. La experiencia cristiana de la fe también nos ha enseñado lo que significa el ‘beso de la paz’. ¿Por qué no hablar, entonces, del ‘beso de la Palabra?’. Me ha llamado la atención, cuando he intentado buscar en otras fuentes del pensamiento la importancia del ‘beso’, encontrarme con un numeroso elenco de referencias sobre este gesto humano y su fuerza de humanización. Veamos algunas referencias que ahondan en ello.

  De todos es conocida la obra del pintor austriaco Gustav Klimtdenominada precisamente ‘El beso’. Klimt pintó este cuadro en un momento de auténtica crisis vital. En una de sus cartas confesó su propia angustia con estas palabras: ‘o soy demasiado viejo, o demasiado nervioso o demasiado estúpido, algo debe estar mal’. Desde su más profunda crisis brota una de las obras de arte más bellas, más reproducida y admirada. Algo tan cotidiano como el beso se convierte en fuente de inspiración para cuantos necesitan un gesto compasivo de encuentro, de liberación, de aceptación. Al besar el Evangelio que hemos proclamado nos dejamos besar porla Palabra que contiene. Al besaral Niño que ha nacido en Belén nos dejamos besar por su tierna acogida. En fin... al besar la tierra que pisamos mostramos nuestra especial vinculación a ella. Todo, o casi todo, puede estar mal, pero nos basta un gesto de aceptación y acogida para reiniciar y serenar nuestro diálogo con la realidad que nos circunda.

  En un sentido parecido se expresa Pedro Villarejo en su novelaLa luz mentida. Memoria y cárceldel arzobispo Carranza. ¡Por cierto! Un relato novelado que muestra con creces cómo ‘la mejor novela es la vida’. Quizás nuestra vida tenga algo de novelesco. El autor, al narrar el encarcelamiento de Fr. Bartolomé de Carranza,a quien la inquisición sometió a un proceso judicial acusado de herejía, muestra lo interesante y extraordinario que tiene la vida de cada cual. En la vida de cada uno, eso nos muestra también el misterio de la Navidad, siempre existen dimensiones que impresionan y dejan huella, aunque puedan resultarnos duras e incomprensibles.

  Este relato narra la dificultad que el prisionero Carranza encuentra cuando quiere entablar una conversación con sus propios carceleros. El texto no tiene desperdicio. Dice así: “¡Cuántas veces quise preguntar a mis custodios quiénes eran de verdad, que preferían...! Yo había aprendido en los muchos tratos con los hombres el lenguaje de los movimientos, pero como mis carceleros los tienen tan rutinariamente acompasados, me resultaba difícil desde ellos saber si son amados, si tienen hijos y cómo les besan, cuáles pueden ser sus aventuras o sus secretos. Quizá, lo único que les importa de verdad sea vivir. Vivir simplemente, como si las demás hermosuras no las tuvieran al alcance”. ¿No tendremos aquí un criterio pastoral nada desdeñable? ¿Cómo hablar a los que nos resultan más alejados,por las razones que sean, si no sabemos ‘si son amados, si tienen hijos y cómo los besan’? Un modo de decir que poco conocemos de ellos, aunque los hayamos encasillado bajo el calificativo de ‘alejados’ con todas las caracterizaciones que solemos añadir a la palabra. ¿Alejados... de qué y de quién?

  Sin embargo, incluso con aquellos que la Iglesia ha calificado de ‘alejados’ y, en algunos casos adversos o contrarios, podremos encontrarnos; aunque nos veamos amenazados por su lejanía. Si hemos recibido ‘el beso de la Palabra’ no hay frontera posible que nos limite, porque para Dios en el que nutrimos el diálogo que somos, el otro –aunque diferente o incluso contrario- tiene más de próximo que de extraño. Así nos lo descubre, en todo caso, el poeta Hölderlin. Algunos dijeron de este poeta que había recibido ‘el beso del lenguaje’. Su vida, en un momento dado taciturna y desencajada, lograba no obstante transmitir profundidad e intensidad comunicativa en sus relatos literarios. Había logrado que la palabra interactuara con su propia naturaleza. En uno de sus más conocidos fragmentos poéticos, refleja no solamente la esencia de la poesía, sino también la esencia de la conversación entre los seres humanos y con Dios. Me atrevería a decir que también expresa la profundidad con la que la Navidad nos invita a dialogar con no importa quién. Vivir la vida y comunicarla, es nuestra vocación en la Orden de Predicadores, es experimentar cosas, nombrarlas, descubrirlas en los otros afinando la lengua y el oído. En una de sus preciosas poesías así lo refleja:

“Muchas cosas ha experimentado el hombre.
A muchas celestiales ha dado ya nombre.
Desde que somos Palabra-en-diálogo
y podemos oírnos los unos a los otros”.

Palabra-en-diálogo

  La Palabra-en-diálogo tiene que ver con la puesta en acción de la vida cotidiana. Se trata también de hacer posible el diálogo que somos en las relaciones interpersonales, en los trabajos apostólicos, en los compromisos evangélicos con los que más sufren por cualquier motivo o causa. Cada vez que ponemos la Palabra-en-diálogo, cada vez que logramos oírnos los unos a los otros la encarnación de Dios, en cierto sentido, tiene lugar. Este paso de la Palabra y sus lenguajes a la realidad de la carne conecta con nuestra propia realidad. Cada uno de nosotros somos, en cierto sentido, una suma de experiencias vitales. En unas hemos sufrido, y mucho. En cambio, en otras nos habremos reconfortado.

Me gusta especialmente el modo que tiene Vicenta Castro Cambón, en una de sus poesías, para expresarlo. Comprendemos mejor el mensaje poético que se nos transmite cuando sabemos que la poetisa argentina había quedado ciega desde los seis años de edad padeciendo, al mismo tiempo, serias deformaciones en su columna y una incipiente sordera. Su relato poético habla por sí mismo:

Por la calle vamos, un niño me guía.
Su pequeña mano sostiene la mía;
peligro y tropiezos me advierte con celo
y el camino hacemos contentos los dos.
Él, porque los niños no saben de duelo;
yo, porque en mi noche de angustia infinita
¡a Dios busco y hallo y en la manecita
de mi guía beso la mano de Dios!

  Un niño nos guía. En él besamos la mano de Dios. Las representaciones de los nacimientos nos lo recuerdan. Recogen la vida diaria de los distintos personajes que en ellos colocamos. Todos ellos ante el Niño que adoran y contemplan. Besan su mano como guía, expresión del diálogo interior de cada uno de ellos. Las representaciones humanas del Belén quisieran expresar el diálogo de la humanidad con el misterio de Dios hecho hombre.

  ¿Qué buscamos nosotros en cada nacimiento que contemplamos?: un placer estético, una curiosidad que se asombra, un deleite que descansa, un entretenimiento, una búsqueda del ingenio, una contemplación del misterio... No importa. En cada uno de esos motivos hay un diálogo que se despierta; aquél que aquiete nuestro interior en cada momento.

Oírnos los unos a los otros

  El diálogo que somos nos ayuda a imaginar lo que debe sentir el otro, cómo debe sufrir (especialmente el desprecio); nos ayuda a practicar la empatía. Pero esto no basta para curarnos en el mal y el pecado. Es preciso establecer un diálogo, entrar en una conversación que es la que puede llegar a cambiar de mentalidad y que es además lo propiamente humano. Negarse a hablar con otros, considerándolos a la exclusión, sin preocupación por conocer ni sus razones ni sus sentimientos, es enfermar de humanidad, que es una enfermedad grave, si las hay, como diría Adela Cortina.

  Solemos decir, como he escuchado en una bella homilía de Adviento a uno de nuestros hermanos, que ‘dos no se pegan si uno no quiere’. No hay que forzar mucho el refrán castellano para decir que ‘dos no se entienden si uno no quiere’. Durante el Adviento hemos oído en la Palabra de Dios cómo los sacerdotes y ancianos preguntan a Jesús poniendo a prueba su autoridad. Jesús les responde con otra pregunta. Pero los sacerdotes y ancianos no buscan entrar en un diálogo, sino más bien blindar sus opiniones interiores y Jesús no entra en ese juego. No están dispuestos a ejercer el poder de oírse unos a los otros. Oírse para reconocer la voz del interlocutor, pero también para identificar lo que hay de sagrado en quien nos interpela cuando nos ofrece su palabra. Aquella que sale de dentro, que tiene mensaje y comunica. Jesús mismo nos enseña a dialogar despojándonos de los propios intereses, haciéndonos capaces para escuchar y responder, buscando la verdad y no tanto las opiniones pasajeras y del momento.

En la actualidad constatamos la preocupación recurrente por la falta de diálogo y de entendimiento. Se quiere vencer más que convencer. No estamos generando, a este respecto, la pedagogía necesaria que permita a las personas entenderse más allá de sus disensos y puntos de vista. A lo largo de este último trimestre del año hemos tenido la oportunidad de visualizar en la gran pantalla la última película de Amenábar Mientras dure la guerra. Es un tema recurrente en las diversas artes. Quizás porque aún no hemos cerrado la herida del desencuentro. En dicho film se recogen en el guion, con ciertas licencias, las palabras de Unamuno en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, aquel fatídico 12 de octubre de 1936, cuando entonces se celebraba ‘el día de la raza’. La crítica cinematográfica recogía en sus valoraciones estas palabras del profesor, que hicieron historia, en su improvisado discurso: ‘vencer no es convencer. Para convencer hay que persuadir y para persuadir se necesita razón y derecho en la lucha’.

He de recordar aquí, cómo no, a todos aquellos que en la Provincia persuaden, con razón y derecho, la lucha diaria en favor de los más desfavorecidos y empobrecidos. Esta lucha adquiere especial valor en las instituciones de solidaridad y justicia que tenemos y en aquellas otras en las que participamos junto con otros en favor de las mismas causas y derechos. Como afirmaba Aristóteles el hombre se caracteriza por tener ‘logos’ que quiere decir ‘razón’ y ‘palabra’. El ‘logos’ es el que le sirve para hablar sobre lo justo y lo injusto, construyendo con ello la casa y la ciudad. Oírnos los unos a los otros conlleva ‘razón’ y ‘palabra’, cualidades de lo humano, que cuando brotan del diálogo que somos, expresan su mejor nobleza.

II. ... A la luz de Jesucristo

¡Sí! Todo ello a la luz de Jesucristo. Por eso ahora hemos de decir algo sobre la segunda parte de nuestra reflexión. Quiero sugerir algo sobre la luz; cuando la experimentamos en la claridad de las ideas y sentimientos, en la nitidez de las cosas, en el horizonte luminoso de la vida, entonces nuestra predisposición al diálogo con la palabra y el encuentro se vuelve distinta. No deja de sorprendernos la fuerza que tiene la Navidad cuando nos prepara a la novedad de un nacimiento. Todo nacimiento nos evoca, en cierto sentido, la luz, porque es alumbramiento.

Han pasado ya casi treinta años desde que fr. José Antonio Solórzano escribiera un precioso libro con el ánimo, nos decía, de despertar la curiosidad por conocer la vocación dominicana. Para los que ya permanecían en ella pretendía, no sé si esto también estaba en la mente del autor, ‘despertar la memoria’ del amor primero, del nacimiento a la vida dominicana. El libro lleva por título, fácil de retener, Por qué la luz no dobla las esquinas. Un paisaje interior dominicano. Cuando me dispongo a decir algo sobre la luz, no sé por qué, me vinieron al recuerdo algunos pasajes de este libro. Lo había leído y releído varias veces. Incluso lo había recomendado hace un tiempo a jóvenes curiosos por entrar un poco más en los hilos del corazón que todos tenemos cuando se dispone a buscar un camino vocacional. ¡En fin! que me perdone el autor; pero como suelen decir, un libro editado ya no le pertenece del todo. Pertenece al lector intrépido que lo acoge e interioriza. Desde esta apropiación indebida me permito retomar algunas de sus reflexiones, por cierto, muy lúcidas sobre el misterio de la luz que nos envuelve.

‘Cuando no hay nada todavía hay luz’

  Quizás el mayor misterio de la luz esté en lo que los científicos descubren en el ‘campo del vacío: cuando no hay nada todavía hay luz’. Una constatación cargada de sentido para lo que aquí nos ocupa. La Navidad es un derroche de luz interior cuando nos disponemos a contemplar el misterio que nos envuelve. Parece que en el nacimiento del Hijo de Dios no hay nada especial. Por no haber, no hay ni posada. Todo resulta demasiado sencillo e intrascendente. Sin embargo ¡Cuánta luz en torno...!

  Las teorías de la luz nos sugieren de forma elocuente dimensiones de la Navidad que enriquecen la vida y la vocación, ya que si la luz está compuesta y se transmite por ‘ondas’ expansivas como el sonido (dicen algunos), entonces tiene la fuerza de la palabra, de la Palabra iluminadora, de la Palabra hecha luz, de la Luz hecha Palabra en medio de las tinieblas. Pero, si la luz, en cambio, es un conjunto de partículas en expansión (como defienden otros), entonces y sólo entonces tiene la fuerza de la cohesión, de la unidad, de la presencia viva, de la filiación, de la concreción en la carne, en la carne de Alguien y de algunos. Las reflexiones del evangelista Juan sobre la luz de la Palabra no se alejan demasiado de estas teorías sobre la luz.

  Efectivamente. Quisiéramos caminar a la luz del Señor apoyando nuestra vida en la fuerza de la Palabra y en la fuerza de la cohesión interior y fraterna. Ambas fuerzas son capaces de integrar lo incierto. Palabra y cohesión, dos términos primordiales y, por lo tanto, como diría Martin Buber, ‘indicando relaciones’. De esto se trata, de despertar relaciones, de manejar adecuadamente la incertidumbre, de cuidar la vocación, de relacionarse adecuadamente con los otros.

‘Dar a luz’

  ‘Dar a luz’ tiene que ver con el amor de nuestros padres. Dolores Aleixandre, en sus profundas reflexiones sobre la experiencia de Dios en la mujer, nos viene a decir que el amor de los padres es la experiencia relacional universalmente reconocida como la más honda, verdadera y gratuita. Es un amor que no reclama nada a cambio y sus manifestaciones van más allá de todo cálculo. Por eso no es de extrañar que Dios haya acudido a ella para nacer como hemos nacido nosotros.

  Prepararse para celebrar un nacimiento no es cualquier cosa, resulta apasionante. Nacer es venir al mundo, recibir existencia, empezar a ser, emerger... ¿Podríamos imaginar todo esto en nuestro propio nacimiento? Quizás nuestras madres tendrían mucho que decirnos al respecto. En cualquier caso ‘dar a luz’ es iniciar el diálogo que somos. Se escribía a este respecto no hace mucho en un diario de ámbito nacional que ‘dar a luz’ muestra, precisamente a través de la metáfora de la luz, la inmensa felicidad que puede experimentar una mujer, al ser protagonista en primera persona del gran milagro de la vida.

  Quizás el nacimiento de Dios en Jesús nos hace protagonistas en primera persona del gran milagro de la vida. ¿Somos conscientes de esto? Tomar conciencia de ello conlleva algunas implicaciones para nosotros, quizás compromisos personales y comunitarios. Me atrevo a señalar tres de ellos: el mirar expresivo, el hablar melodioso y el tocar convincente. ‘Dar a luz’ conlleva estos compromisos.

  La mirada vincula de manera nueva. Es expresión de acogida. La primera necesidad personal que todos tenemos es la de ser mirados, bien mirados por aquellos que nos acogen. El hablar, porque la palabra es ya melodía y expresión. Prepara para la escucha. El hablar melodioso, aquél que no hiere ni se deja herir. El tacto, el más corporal de los lenguajes. Su caricia expresa el realismo del amor y de la asistencia. Todo esto es lo que hace una madre, casi de forma espontánea y natural, ante su recién nacido. La madre, en cierto sentido, modela los aspectos humanos del hijo al que ha dado a luz y toma parte en su estilo de ser, de vivir, de actuar. La experiencia táctil, visual, acústica procura una comprensión de nosotros mismos; otorga un contenido al diálogo que somos. Por eso la intensa relación madre-hijo afecta a nuestro crecimiento en relaciones de confianza.

La luz de Dios es Jesucristo

  La luz de la Navidad es el nacimiento de Jesús, su encarnación. No lo olvidemos, “ningún hombre ha revelado al hombre mejor que Jesucristo. Nadie se ha acercado a él con tanta verdad y ternura. Toda la justicia, los consuelos, los amores y las esperanzas de los seres humanos han tenido y tienen en el Maestro su punto de encuentro y de paraíso”. La experiencia de la fe así lo descubre y formula. Si es así, por qué no decir que Él es la Luz que marca el camino de la vida, como así nos relata la novela, ya mencionada, La luz mentida. Decir que Él es la Luz resulta relativamente fácil. Creer en ello no es demasiado difícil, basta quizás un poco de confianza. Pero comprender lo que decimos cuando lo afirmamos ya resulta harina de otro costal. Todo lo referido a la luz de un nacimiento no deja de ser aún en nuestros días un enigma para todos. Ahí lo dejo.

  En los próximos días recibiréis un libro recientemente publicado y que lleva por título La mística dominicana. Su autor, fr. Vicente Cudeiro González, nos va presentando a varios personajes de la historia de la Orden poniendo de manifiesto cómo en sus vidas, habiendo nacido a la vocación dominicana e inspirados por la luz de Dios que ha marcado el camino de su vida, se disponen a ofrecer lo que ellos y ellas contemplaron en su propia carne. No es una novela. Es un estudio biográfico, contextual, histórico, acude a sus fuentes debidamente justificadas. Otro modo de verter en la palabra biografiada de cada uno la Palabra encarnada que experimentamos y vivimos.

  Vaya este obsequio navideño como un ‘obsequio espiritual’, como así lo menciona el autor, a todos vosotros hijos de santo Domingo para que en la luz de Dios que se hace presente en la vida de los que nos precedieron logremos alcanzar, si cabe, una mayor plenitud del diálogo que somos a la luz de Jesucristo. Dios, a pesar de todo, ‘se hizo carne’ para nuestra salvación.

¡Feliz Navidad!

Madrid, 20 de diciembre de 2019