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Documento

Carta de Pascua 2025

20 de abril de 2025
Carta de Pascua del prior provincial de la Provincia de Hispania, Fr. Jesús Díaz Sariego

 

El camino pascual de Emaús como eco de la Escritura

Carta de Pascua 2025

 

«Y se dijeron el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón mientras

nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24, 32)

 

 

Queridos hermanos,

¡Feliz Pascua de Resurrección! De nuevo se nos brinda la oportunidad de celebrar la Pascua del Señor. Resuena con fuerza, una vez más, el relato del evangelista Lucas, cuando narra la experiencia de dos discípulos de Jesús camino de Emaús (cf. Lc 24, 13-35). La liturgia, en su ciclo C, ofrece la opción de proclamar este texto en la misa vespertina de la Pascua. Os propongo, en esta ocasión, una lectura atenta del mismo. La hacemos tomando en consideración el momento personal, comunitario y provincial en el que nos encontramos. En su meditación no podemos evitar hacernos algunas preguntas: ¿Nos imaginamos, en todo caso, protagonistas de la escena relatada por Lucas? ¿Somos capaces de encontrarnos de nuevo con el Resucitado? ¿Cuáles son los ecos de la Escritura que aún perviven en nosotros y sobre los que podemos apoyarnos para vivir la comunión y la fraternidad en la fracción del Pan? Son interrogantes, entre otros, que nos pueden ayudar en la interiorización de la experiencia pascual.

Os invito, pues, a la lectura atenta de tan entrañable Palabra, cuando se deja pronunciar en las palabras humanas que la experiencia vital procura y nos sumerge en la propia vivencia personal. Para algunos esta destreza estará cargada de emoción pesimista y negativa, de temor o incluso de tristeza; para otros, en cambio, llevará el sello del entusiasmo, de la alegría y de la esperanza. En cualquier caso, sabemos que el diálogo de Jesús con sus discípulos no nos resulta extraño, ni está tan alejado de lo que podamos estar necesitando en estos momentos. 

Me centro, en esta ocasión, en la imagen del camino que nos ofrece el relato de Emaús y en los ‘ecos’ que dicha imagen reproduce en nosotros. Emaús es más que una distancia geográfica recorrida; es, ante todo, el movimiento interior que se produce en los discípulos cuando se perciben acompañados por el Maestro en sus zozobras; por esta razón, la experiencia personal y comunitaria relatada por Lucas, adquiere en la actualidad una autoridad que no podemos desdeñar. Su lectura y meditación nos serena y refuerza a la hora de afrontar los principales desafíos que tenemos; eso sí, como nuevas oportunidades que se nos ofrecen.

El eco de la Escritura

La Palabra, volcada en Escritura, nos sigue acompañando. De esto hace gala con gran belleza el Concilio Vaticano II en la Constitución Dogmática Dei Verbum. La Constitución nos habla de la Revelación de Dios y su transmisión, así como de la inspiración e interpretación de la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia. Un texto, todo él, que rememora como un gran eco el encuentro de Dios con la humanidad. El diálogo de la Palabra nos permite comprender mejor a Dios en su modo de expresarse en la inspiración de la Sagrada Escritura; pero también nos facilita el conocimiento en profundidad del Misterio, cuando constatamos su presencia en los acontecimientos de la historia personal y colectiva.

Nosotros disponemos de una riqueza inestimable en los ecos de la Escritura. Máxime cuando acudimos a ella con frecuencia para mostrar su influencia en nuestros pensamientos. También en nuestros sentimientos o modos de situarnos ante las pasiones vitales que nos acechan. El relato pascual de Emaús es uno de ellos. No resulta nada baladí esta afirmación. Los discípulos de Emaús no pueden evitar en su conversación interpersonal el eco de lo vivido en Jerusalén: «Y se dijeron el uno al otro…». Gracias a esa intensidad existencial son capaces de dar el salto, con la ayuda y acompañamiento del Resucitado, a la comprensión de la Escritura y al reconocimiento de Jesús en la fracción del Pan. Escritura y Pan fraccionado y compartido adquieren valor pascual desde los ecos que rebotan en la memoria de lo recordado y vivido por los discípulos.

El relato del evangelista, por tanto, ofrece un claro itinerario hacia la fe de los creyentes en la Resurrección de Jesús. En la actualidad adquiere, además, especial fuerza cuando se pretende reforzar la siempre necesaria construcción de la comunidad eclesial. Ambos cometidos, como itinerario de la fe y como refuerzo de comunión, se apoyan en los ecos que la Escritura rememora. ¿Qué podemos aprender, como dominicos, sobre este relato y su significado para nosotros hoy?

Nos seguimos preguntando sobre lo que la Escritura de Emaús nos evoca y sobre los ecos que su lectura reproduce en nosotros. Sabemos que para los griegos ‘Eco’ era una figura mítica, una ninfa que suspiraba por amor hasta que solo le quedó su voz.  El cine y la literatura han nutrido sus producciones acudiendo a la imagen del ‘eco’, quizás bajo las reminiscencias de la mitología griega, especialmente cuando quieren rememorar y reproducir las ‘voces del pasado’ en los protagonistas del presente. En algunos casos se ofrecen como una invitación a emprender una fascinante aventura de crecimiento espiritual y de autodescubrimiento. Se vuelven, como bien pretenden en todo caso, ‘ecos pedagógicos’, para educar según sus orientaciones a los más jóvenes.

La imagen del camino

La imagen del camino es uno de los recursos metafóricos más apreciados por aquellos que promueven la cultura de la interioridad. Se utiliza para expresar algo más profundo en la existencia de las personas y de los pueblos. Evoca la forma o estilo de vida que los creyentes adquieren ante Dios y ante los demás. Se compara la existencia del ser humano como un sendero en el que las personas, guiadas por el Espíritu, no ven desdibujarse su libertad siempre respetada; dicho trayecto puede ser transitado o no según la respuesta de cada cual. En la respuesta libre, maduramente asumida, está la grandeza del camino y de los que transitan por él, porque así lo prefieren en sus opciones vitales.

La experiencia bíblica, como sabemos, representa el transcurrir existencial de las personas como un proyecto de vida guiado por Dios y en el que cada uno puede transitar por sí mismo. Una senda que podemos seguir o rechazar. La destreza vital del pueblo de Israel es un aprendizaje que se vive caminando. Abraham, Moisés, y otros grandes profetas del Antiguo Testamento así lo acreditan. La expresión bíblica «ponte en camino» es constante en los avatares del pueblo de Israel a lo largo de su historia. Esta imagen es, por tanto, un recurso utilizado por la Sagrada Escritura para mostrar la capacidad que tiene el pueblo de Israel de acoger las promesas de Yahvé y de confiar y esperar en ellas. El cristianismo retomó esta estela, incluso más allá de su fidelidad o no a la Alianza sellada en Jesús. Como dice el religioso y escritor Pedro Casaldáliga, «amparan el camino las manos de su Padre y el Espíritu sella la andadura, con las alas abiertas. Paz adentro, porque, en verdad, Cristo es el Camino».

El cardenal claretiano Aquilino Bocos, en uno de sus escritos, emplea a su vez tres imágenes para mostrar la riqueza de la vida consagrada. Habla de ésta como ‘árbol’ que se ramifica y da fruto, como ‘jardín’ de la biodiversidad y como ‘camino’ hacia otra morada.

Retomamos, en esta carta, la imagen bíblica del ‘camino’ y su aplicación a la vida religiosa del cardenal, ya que ‘caminar hacia otra morada’, más allá de su reminiscencia escatológica, nos centra ahora en la necesidad de reforzar en nuestra experiencia vocacional la espiritualidad del peregrino, siempre en búsqueda; avanzando, pero en búsqueda. ¿No conectará esta dimensión con la tradición itinerante de los predicadores y la espiritualidad que los sostiene?

El itinerario pascual de Emaús se comprende un poco más desde nuestra propia realidad, cuando lo identificamos con el proceso personal y comunitario de la fe que hemos de trazar, acompañados en la Pascua de Jesús. Esta proximidad o cercanía del Resucitado adquiere aún mayor relevancia cuando percibimos la escucha de Jesús, primera exigencia del camino. Jesús se acerca a sus discípulos y se pone a su lado, camina con ellos, para escucharlos en primer lugar. Desde la escucha es capaz de acompañarlos. De esta forma pueden expresar mejor en ellos el propio eco de lo que han vivido en Jerusalén.

Según esta experiencia narrada nos podríamos también preguntar: ¿Qué suscita la escucha atenta? Una respuesta inmediata se sugiere: los ecos de lo vivido. Cuando lo experimentado es contado y alguien se dispone a escucharnos con proximidad, sobre todo cuando de dificultades padecidas se trate, lo narrado rebota como un eco en nosotros en tanto que principales protagonistas de lo experimentado. La Palabra de Dios, en lo que tiene de emisión y de escucha, revierte en la intimidad de las personas. Por esta razón hemos de verbalizar lo vivido durante el trayecto de la vida y procurar su escucha en el encuentro con Dios y con los demás, como un eco que revierta sobre nosotros de forma sanadora y reconfortante. La representación de esta andadura incorpora la escucha como un elemento necesario para comprender mejor lo recorrido.      

El camino y sus metáforas

La imagen del camino, como ya se ha indicado anteriormente, se vuelve una gran metáfora para nuestro tiempo; nos permite, desde su riqueza semántica, abordar con serenidad el tiempo presente en el que nos encontramos como Provincia, situación poco diferente a la de otras órdenes y congregaciones. No en vano todos estamos en continuo proceso; mientras dure nuestra existencia permanecemos en el dinamismo que nos marca el sendero de la vida.

Nos dejamos guiar, además, por los especialistas del lenguaje cuando afirman que las metáforas nos ayudan a redescribir la realidad, a comunicarla mejor desde los juegos que la fuerza del lenguaje nos permite. Me quedo, a este respecto, con la respuesta que el poeta Pablo Neruda ofreció a uno de sus alumnos cuando le preguntó: «Maestro, ¿para qué sirven las metáforas? Las metáforas -responde el poeta de forma pensativa- sirven a quienes las necesitan. Son una fuerza elemental que da vida al destino y a los sueños que perseguimos», como así fue su poesía. 

Necesitamos de las metáforas, como fuerza comunicativa, para abordar los distintos matices de una realidad que nunca es plana, ni unidireccional. Encierra mucha riqueza oculta y un gran dinamismo y vitalidad. Lo podemos aplicar, igualmente, a nuestra realidad provincial. Esta tiene más vida de la que parece. Nosotros mismos somos portadores de un dinamismo interior del que, quizás, aún nos hemos hecho del todo conscientes. ¿Cómo sino haber llegado hasta aquí? Hay más fecundidad de la que nos percatamos en el camino provincial. No es una falsa ilusión o un consuelo fácil. Es un intento de mirada desde otras claves y observatorios. La metáfora bíblica expresada en la experiencia de Emaús, ahora Palabra de Dios para nosotros, nos ayuda a comprendernos mejor y a explorar con algo más de profundidad lo que tenemos entre manos.

En este momento me vienen a la mente varias metáforas útiles para la ocasión cuando nos disponemos a reflexionar con otros sobre el presente dominicano -provincial-. El lenguaje se ha hecho gala en numerosas ocasiones de la representación metafórica del camino.

a) El camino encarna la tierra que pisamos. En su sentido más primigenio, evoca «la tierra hollada por donde se transita habitualmente»; pero también tiene una connotación de dirección, es el rumbo que ha de seguirse para llegar a algún lugar. Es la tierra que transitamos y es la orientación hacia el lugar donde queremos llegar. En esta doble experiencia de la vida oteamos el horizonte, nos dejamos asombrar por las sorpresas y avatares que el sendero nos descubre y asumimos la intemperie y los cobijos que la marcha de su trayecto nos proporciona.

Algunos especialistas en estos temas nos evocan que no hemos de preocuparnos tanto por el final del trayecto como en los pies que lo marcan. El final no lo llegamos a conocer del todo. Pero si tenemos la oportunidad de ser especialmente conscientes de los fundamentos que nos sostienen durante el transcurso de la vida. Son nuestros pies, nuestros actos, nuestras búsquedas, alegrías y tristezas. También los anhelos y las aspiraciones; el cansancio y nuestro descanso. Los pies que tocan el camino han de ser especialmente cuidados, aunque se desgasten en su entrega. Habrá momentos en los que necesitaremos que otros nos ayuden a dar nuestros pasos. Quizás, incluso, hayamos podido perder fuerza en los pies que nos sostienen. Pero en su debilidad son besados por Dios mismo, como así hemos podido comprobar el día del Jueves Santo después de haber celebrado la Cena con Jesús.

b) El camino simboliza el dinamismo que ostentamos. Nos evoca, al mismo tiempo, energía y dinamismo. Es un término vinculado a nuestra capacidad de movimiento. Hace referencia a la vitalidad y a la fecundidad. Caminar es algo central en la experiencia humana. No estamos quietos. Estamos en movimiento físico y mental. Sin movimiento estaríamos muertos. Una de las dimensiones que diferencia a un ser vivo de un cadáver está precisamente en el movimiento. El cadáver ya no puede moverse por sí mismo, ni desplegar ninguna actividad en su cuerpo. Tampoco puede proyectar ni soñar. El cadáver, en cuanto cuerpo físico inerte, no tiene ninguna posibilidad de reacción. Está completamente ausente de estímulos que lo reactiven por sí mismo. Estar en camino, por tanto, evoca una actividad básica en el crecimiento de la mayoría de los individuos: es el primer paso, la autonomía de andar y alcanzar algo; nuevas metas y objetivos, con impulso propio.

c) El camino representa el tiempo que vivimos. Nos conecta igualmente con la experiencia del tiempo. Hablamos en concreto del tiempo narrativo y del tiempo existencial. Ambos son vivencias existenciales de los años, de los días y las horas que todos experimentamos. Tiempo narrativo, en cuanto posee una estructura que podemos contar; tiempo existencial porque es constitutivo del ser del hombre y del sentido que hace comprensible la estructura global de la existencia humana, primado del futuro. ¡En fin!, hablamos del tiempo que está al alcance de nuestra experiencia vital porque podemos contarlo (narración) y vivirlo (existencia) en el mismo instante. La experiencia de transitar por la vida, en cierto modo, marca la vivencia del tiempo en esas y otras dimensiones. Nos muestra un pasado personal y colectivo sumamente rico en lo vivido y entregado, pero nos refuerza, al mismo tiempo, en un presente intenso, donde tomamos conciencia de nuestra propia realidad; y, nos abre hacia un futuro abierto que, más allá de sus incertidumbres, nos permite proyectar siempre hacia la meta que deseamos alcanzar.

El camino, en lo que tiene de pasado, nos marca la vida que vamos dejando hacia atrás. Sin duda alguna que lo vivido tiene que ver, metafóricamente hablando, con la senda recorrida. Retomamos, a ese respecto, la idea que sugiere el poeta Antonio Machado cuando, en su producción literaria, nos habla ‘del camino’. Para el poeta es la vida, entendida ésta como un gran viaje. Algunos especialistas de su producción literaria nos recuerdan que en su poesía refleja claramente la idea del sendero «como una apuesta en el presente». No se trata de añorar el pasado, lo ya caminado, ni siquiera de anhelar el futuro, lo aún no recorrido. Se trata, más bien, de caminar en nuestro aquí y ahora. Es un presente continuo. El camino evoca no sólo el pasado, sino también y sobre todo el presente y el futuro.

La vivencia del tiempo en lo que tiene de pasado, presente y futuro, nos lleva ahora, cuando nos confrontamos con la experiencia de la vida religiosa dominicana a preguntarnos por los caminos que queremos dejar abiertos en este siglo XXI. No debe preocuparnos, en este sentido, se juzgue nuestra vida sobre lo que hemos conservado, cuanto sobre los horizontes que hemos sabido dejar abiertos a nuestro paso. Se observa en el conjunto de los consagrados, también en nuestra vida dominicana, una clara conciencia de que nos ha tocado vivir un momento de especial responsabilidad. Ante la urgencia y la gravedad del momento, podemos sucumbir a la tentación de dejarnos derrotar o a preguntarnos con el poeta Machado: «¿Quién nombra los caminos que empiezan a borrarse?».

d) El camino personifica el bien que realizamos. Por último, su propio dinamismo es también una experiencia que deja al descubierto un cierto comportamiento moral con la existencia: debes seguir un camino recto y honesto, una orientación que debe respetarse para alcanzar un objetivo o para llegar a una meta. Un medio para conseguir algo, se nos dice. Uno de los mayores desafíos está en la renovación de nuestro compromiso existencial y, por lo tanto, también moral con el Señor que nos ha llamado a seguirle en nuestra propia vocación.

Caminamos con el Señor

La razón de la Iglesia y de la vida consagrada no puede ser otra que la persona del Señor Jesús. Él es, como sabemos, «el Camino, la Verdad y la Vida». Es importante resaltar la centralidad de nuestra vida poniendo de relieve la belleza que suponen los rasgos de Jesús itinerante y que santo Domingo ha percibido inspirado por el Espíritu Santo, para plasmar la vida y misión de los predicadores. Se puede, incluso, hacer la correspondencia de la trilogía de Camino-Verdad-Vida con los tres votos religiosos, aunque solamente pronunciemos de forma explícita uno de ellos, de manera que el camino se correspondería con el voto de obediencia; mientras que vida honesta y verdad acreditada en el desprendimiento responderían más bien a los compromisos de castidad y pobreza, respectivamente.

Este año Jubilar Ordinario de la Iglesia 2025, bajo la luz de la esperanza, ha querido poner especial énfasis en la espiritualidad del peregrino cuando camina con el Señor. Llegar a ser Peregrinos de esperanza es mucho más que un mero deseo eclesial celebrativo. Es, ante todo, una concepción de la vida del creyente como ruta itinerante. A los consagrados se nos solicita expresamente recorrer esta ruta de esperanza aportando paz y reconciliación. Una responsabilidad que brota de nuestra fidelidad al Evangelio. Pero también de los votos religiosos cuando han de lograr ser una luz de novedad y esperanza en medio de un mundo que tiene por delante profundos desafíos que acometer.

Estamos en continuo proceso. La vida religiosa ha de caminar de la mano del Señor o, de lo contrario, no podrá avanzar. Por esta razón somos capaces de percibir la necesidad de nuevos impulsos y creatividad para afrontar el momento presente. Caminamos en fidelidad. Pero hemos de caminar también en novedad. Son momentos para el discernimiento, para la creatividad y para la novedad. Así lo expresa de forma elegante Mons. Luis Ángel de las Heras cuando nos dice a los consagrados: «Abrámonos, hoy y siempre, a ese impulso del Espíritu que renueva los caminos de vida y comunión ya trillados, recupera algunos otros ya olvidados y nos invita a explorar sendas nuevas a través del discernimiento y la sinodalidad (…). Dichos caminos expresan el paso de la vida consagrada por el mundo, aportando su singular belleza al resto del pueblo de Dios y a todos los hombres de buena voluntad (…). Admiremos, pues, cómo la vida consagrada siempre está en camino, cómo Cristo es el camino y cómo el camino nos lleva a la casa de los pobres».

Efectivamente, la vida consagrada está siempre caminando, siguiendo a quien es en verdad el Camino. La película-documental Libres, del director Santos Blanco, retomando la afirmación de Jesús sobre sí mismo, se detiene en su primera parte a expresar el sentir de los consagrados a través de su recorrido existencial y vital. Es un viaje interior nada desdeñable. Cada uno de los protagonistas, desde el relato de su vida personal, se va poco a poco identificando con la narración que su nueva vida procura. Cada uno de ellos percibidos como llamados por el Señor van añadiendo a su vocación las nuevas experiencias que el Espíritu les va ofreciendo. Este es su mejor relato vocacional. Los entrevistados, desde sus circunstancias personales, aquellas que ineludiblemente configuran sus vidas, se van abriendo a la novedad que han encontrado. Es el proceso antropológico y teologal de la sabiduría profética, de la comunión y de la mística; una vida comprometida con la misión personal y comunitaria hacia la que se sienten llamados.

Bien despiertos ante los desafíos

          Estas dimensiones, anteriormente expresadas, confieren a la vida religiosa dominicana un carácter dinámico, ya que abarca historia (pasado), presente y futuro. Así lo hemos constatado cuando hemos celebrado el Año dedicado a la Vida Consagrada hace ya casi una década. El Papa Francisco nos convocaba a la celebración de dicho Año con su carta apostólica a todos los Consagrados y en ella nos indicaba los tres objetivos fundamentales que deberían ser objeto de consideración: «Mirar al pasado con gratitud», «Vivir el presente con pasión» y «Abrazar el futuro con esperanza». Este triple objetivo, también para los Predicadores, no se propone al margen del mundo en el que vivimos. Por esta razón, el Santo Padre insistía a los consagrados en otras de sus intervenciones que debemos «¡despertar al mundo!». Para ello la Iglesia debe ser atractiva y los consagrados dominicos hemos de ser, especialmente, testimonio de un modo distinto de hacer, de actuar y de vivir. 

Nuestro despertar al mundo nos confronta con importantes desafíos que debemos ser capaces de desentrañar. Unos tendrán un componente antropológico. Otros, en cambio, afectarán a la dimensión más teologal de la vida dominicana. Ambos desafíos se nos presentan en el presente. Debemos profundizar en ellos desde nuestro caminar con Jesús, pero también desde nuestro despertar al mundo. Así recreamos el patrimonio de la mejor sabiduría profética dominicana; reforzamos nuestro caminar en comunión con la Iglesia; recuperamos la pasión ‘mística’ por la misión, como lo hicieron tantos predicadores, hombres y mujeres de Dios, que con la fuerza carismática de Domingo supieron evangelizar al mundo. Este es el eco que la Escritura reproduce en nosotros cuando caminamos, como los discípulos de Emaús, con el Señor y nos dejamos acompañar y sorprender en el Misterio que nos desvela la Pascua.

¡Feliz Pascua de Resurrección!

Madrid, 20 de abril de 2025