Utilizamos cookies propias y de terceros para obtener información y realizar análisis estadísticos sobre el uso de nuestro sitio web. Si continúa navegando, consideramos que acepta su uso. Más información en la página sobre las cookies.

Entendido

Documento

Carta de Navidad 2022

22 de diciembre de 2022
Carta de Navidad del prior provincial de la Provincia de Hispania, Fr. Jesús Díaz Sariego

 

El ‘sueño de Dios’ para cada uno y para la humanidad

¡Venga a nosotros tu Reino!

NAVIDAD

¡Venga a nosotros tu Reino!
Y nuestro corazón se llene
de Luz, de Paz y de Amor

Queridos hermanos,

¡Feliz Navidad! El ‘sueño de Dios’ se ha cumplido en el nacimiento de Jesús. El tiempo de Navidad es un momento propicio para hablar de los sueños; aquellos que nos construyen y refuerzan, porque nos abren horizontes y renuevan la esperanza. A estos sueños, diurnos, realizables en la vida personal y comunitaria son a los que me refiero.

Los ideales que parecen inalcanzables forman parte del lenguaje navideño. No resulta extraño que así sea, ya que ‘soñar con aquello que nos atrae y beneficia’ es una experiencia universal. No obstante, a no pocas personas hablar sobre esto les resulta engañoso o poco creíble. Es como si formara parte de una ingenuidad infantil alejada de la realidad. Otras pueden llegar a pensar que los sueños, cuando los narramos, nos llevan a un romanticismo trasnochado e innecesario; algunas, incluso, creen que los sueños no aportan nada al momento vital en el que se encuentran. Sin embargo, cada Navidad nos sigue ofreciendo sus sueños. En las felicitaciones navideñas recurrimos a la expresión reiterada de aquellos buenos deseos que parecen no llegar. Nos intercambiamos mensajes como este: «que nuestro corazón se llene de Luz, de Paz y de Amor». Tres palabras de ensueño. A ellas aspiramos en nuestra vida personal y en los proyectos comunes que tenemos entre manos.

Todos los sueños significan algo. Están relacionados con emociones y símbolos. Interactúan con experiencias del pasado y del presente. Imaginan un futuro diferente. Desde ellos se anhela un horizonte de vida mejor. Algunos expertos afirman que las personas soñadoras, cuando saben en su justa medida interpretar la realidad que les circunda, se ven muy enriquecidas al lograr acariciar dimensiones de su vida interior que de otra manera ignorarían. El soñador tiene la oportunidad de conocerse mejor a sí mismo desde otra perspectiva. Los sueños, además, han servido para despertar las conciencias y fomentar los compromisos.

Convengo, por tanto, con Mario Vargas Llosa, que soñar no es un quehacer superfluo, suprimible o secundario. Con el nobel de literatura afirmo que gran parte del surgimiento del ‘espíritu crítico’ que lleva a los cambios en la sociedad, viene de esa actitud aparentemente tan inocua como es el contar e inventar historias que nuestros sueños diurnos producen. Un modo de expresar, en la limitación de nuestro lenguaje, que no sólo existen aquellos sueños oníricos e involuntarios que nos acompañan durante el descanso de la noche. También se hallan anhelos que nos movilizan para la vida cotidiana. Así lo percibo en uno de los sueños de Dios más apreciados, como es la vida pública de Jesús -su quehacer diario- y que se nos ofrece en la oración del Padrenuestro. En ella se exclama: ¡Venga a nosotros tu Reino! Ahí se contiene el sueño de Dios para cada uno y para la humanidad, lo que motiva su nacimiento.

Y a ti… ¿Cómo te sueña Dios?

¿Cómo te sueña Dios? Quizás en las respuestas que podamos encontrar a esta pregunta hallemos la paz y serenidad que necesitemos. Quizás, también, nos ayude a centrarnos en lo fundamental y a retomarnos a nosotros mismos con la esperanza con la que nos refuerza el Belén que en estos días tanto contemplamos. En cualquier caso, es la interpelación de la presente Navidad. Surge de su propio mensaje: «De repente un ángel del Señor se les presentó, la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor. El ángel les dijo: ‘no temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño en pañales y acostado en un pesebre» (Lc. 2, 9-12).

Desconozco si en alguna ocasión os habéis planteado esta pregunta; si os habéis parado a pensar, o incluso a orar, sobre ella. En cualquier caso, la cuestión tiene una connotación especial. Es una interpelación diferente. Incide de lleno en el sentido de la vocación, en la suerte de nuestra felicidad y en el proceso del crecimiento personal y religioso. Desde los acentos propios de las crisis que nos circundan, es una curiosidad esperanzada. La contestación depende de cada uno. Pero hemos de buscar, al mismo tiempo, una respuesta con los demás, porque Dios nos sueña interactuando los unos con los otros; acogiendo en familia al que ha nacido; comprometiéndonos, porque a todos nos compete, con los procesos abiertos de la Provincia, con sus intentos de respuesta -que los hay-, queriendo lo que somos y apreciando con el mimo dominicano lo que hacemos.

Dios nos sueña en la claridad que podemos percibir en nuestra vida personal y en los signos, más numerosos de los que hayamos podido pensar, que nos acompañan en la vida fraterna y comunitaria, así como en los proyectos apostólicos de la Provincia. Algunos ya maduros con el paso del tiempo, otros incipientes por la novedad creativa que comportan. Que no seamos capaces de percibir estos signos, como tampoco lo fueron los pastores en el evangelio de Lucas, no quiere decir que el sueño de Dios no se esté haciendo realidad. La luz del sol sale todos los días, aunque no seamos capaces de percibirla debido a nuestra limitación o ceguera. Para comprender la realidad diaria que nos acompaña se requiere una mirada limpia y honesta. Es la admiración en la que nos educan los sueños de la Navidad. Un cuidado que nos aproxime más a la caricia que Dios tiene con las heridas del mundo en su noble gesto de encarnarse, que a la inercia descomprometida con lo que la vida nos ofrece. Sin el compromiso diario con lo que tenemos entre manos, manchando nuestras manos y nuestros pies en el terreno que pisamos, no hay sueño posible.

La pregunta se sugiere además por la situación en la que nos encontramos. Somos conscientes de las zozobras del momento. Nos cansan ya, quizás, los diagnósticos repetitivos sobre la realidad en la que estamos. Pero, como decía muy bien Ortega y Gasset para otro momento de nuestra historia, «no sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa». Creemos saber con precisión lo que ‘nos pasa’ y, sin embargo’, cada vez constatamos la ignorancia de no saber del todo lo que nos ocurre, porque no tenemos respuestas inmediatas que sean capaces de abordar la propia realidad. Se nos escapa fácilmente. Esta desazón es colectivamente compartida.

El ‘sueño que Dios’ tiene para nosotros, sin embargo, nos compromete con nosotros mismos y con los demás. Es necesario mojarse. Aún más, hay que empaparse del momento para no juzgar desde la barrera lo que los demás deben hacer o no. Esta ha de ser nuestra honestidad con los juicios que gratuitamente realizamos sobre los otros, para evitar la dudosa autoridad moral de quien no asume el momento histórico que le toca vivir ni se compromete con los demás a cambiarlo, acogiendo el esfuerzo de su propia conversión personal.

La experiencia teologal de los sueños

En la tradición cristiana podemos constatar que somos fruto de muchos sueños de Dios para con nosotros. En la vida dominicana sabemos también algo de la experiencia teologal de los sueños. Me refiero, en este caso, al sueño de Juana de Aza cuando quiere indicarnos lo que luego fue la vida de Domingo. ¡Por cierto, un gran soñador! Según cuenta la tradición, que ahora es preciso recordar, Juana tuvo un sueño antes de traer al mundo a su último hijo. En dicho sueño vio cómo un perro saltaba de su seno portando en la boca una antorcha. Al salir de su vientre, aquella luz iluminaba todo el mundo. Nosotros, miembros de la Familia Dominicana, somos fruto de este sueño. Nos acompaña a lo largo de nuestra vocación. Debemos volver a él de vez en cuando. La Navidad es un tiempo propicio para ello. Juana percibió lo que Dios soñaba para su hijo. No dudó en ponerse en camino, con la zozobra propia de una madre inquieta, para orar ante la tumba de santo Domingo de Silos. Un santo popular en su tiempo e inspirador de sueños y visiones.

Decimos bien, ‘experiencia teologal de los sueños’, una expresión que retomamos de la teología protestante cuando pretende responder a una demanda social. Hoy se habla con cierta frecuencia acerca de cómo cumplir los sueños que se recogen en estas u otras expresiones: ¡sigue tus intuiciones! ¡persigue tus sueños! ¡Dios te ha dado poder para alcanzar aquello a lo que aspiras! Oídas de esta manera las cosas no parecen mensajes contraproducentes. Más bien se nos muestran como alentadores y expresión de buenos deseos para las personas a las que se dirigen. Pero, al mismo tiempo, se manifiestan como incompletos. Transmiten lo que algunos autores, especialmente en el ámbito de las iglesias protestantes, denominan el quehacer siempre abierto de la llamada ‘teología de los sueños’. Esta ‘teología’ nos ayuda a discernir que no todos los sueños son de Dios. Una cosa son los anhelos, legítimos, que tenemos de conseguir o desarrollar algo; otra bien diferente son los que Dios nos ofrece. Los sueños de Dios tienen el propósito de un proyecto para la humanidad que transciende las metas personales y el desarrollo legítimo de nuestros dones y talentos. La celebración de la Navidad nos enseña no poco acerca de esto.

Esta teología, católica y protestante, -cristiana en todo caso- se inspira como no puede ser menos en la mejor exégesis a la hora de acudir a los textos bíblicos del nacimiento e infancia de Jesús. En la Sagrada Escritura el sueño es concebido como ‘un don divino’. Una fuente de espiritualidad que ha impregnado la vida de no pocos creyentes. Los personajes bíblicos oyen, en sus sueños, la voz de Dios. El más importante de todos, quizás, sea el que aparece en el Génesis: Dios infunde el sueño a Adán y cuando se despierta del profundo letargo en el que Yahvé Dios le había hecho caer, se encuentra con que otra persona ha sido creada, Eva, iniciándose así la humanidad (cf. Gn. 2, 21). Según este modo de relatar las cosas, el ser humano procede del sueño de Dios. Desde aquí podríamos preguntarnos: ¿dejamos de existir cuando Dios deja de soñarnos? En cierto sentido me atrevería a decir que sí. Porque el sueño de Dios para cada uno y para la humanidad en su conjunto da aliento a la propia existencia.

Otros sueños importantes se suceden a lo largo de las narraciones bíblicas. Es el caso de Jacob cuando sus propios hermanos le llaman, no sin cierta ironía, al verlo acercarse hacia ellos: «por ahí viene el soñador» (Gn. 37, 19).  Ya en Egipto, el faraón tiene un sueño y José, hijo de Jacob y de Raquel, lo interpreta (cf. Gn. 41, 25 y ss.). La larga lista de la Escritura podría continuar hasta llegar al nacimiento del Hijo de Dios. Y así transcurren los sueños de Zacarías e Isabel; el sueño de José, desposado con María; la visita del ángel a la Virgen con el anuncio definitivo; la estrella que guía a los Magos; sueños, ángeles, estrellas..., todos ellos símbolos que unen sus vidas a la acción de Dios.

Zacarías, José, María, los Magos, etc. son como un espejo para nosotros en donde podemos mirarnos. Ellos lograron moldear ‘el paisaje de su vida’ de otra manera. Sus sueños y visiones son proféticos. Predicen el futuro y lo adelantan. Tanto es así que el evangelista Juan logró decir en la Escritura que «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros». Un modo de expresar que lo soñado por Dios en su nacimiento convive con nuestra propia realidad. Esta afirmación de fe ha cambiado la historia de la humanidad. De ella brota la mejor experiencia que podamos tener de Dios, al percibirlo tan humano y tan divino al mismo tiempo. La narración, entrañablemente ensoñadora, nos abre a Dios, a lo sagrado, a lo diferente, a la bondad de la vida.

Nuestros sueños

Me llamó la atención en una ocasión el nombre de una librería situada en el casco viejo de la ciudad de Vigo. Libros para soñar, es una librería especializada en literatura infantil y juvenil. Numerosas actividades se desarrollan en ella como apoyo para los padres y refugio para los más pequeños, luchando así para que los niños no dejen de soñar incluso cuando ya sean adultos.

El sueño, como sabemos, es uno de los grandes temas literarios de la humanidad; resultan tan sugestivos e inquietantes como el paso del tiempo y son menos inoportunos que los temas referidos al amor. No hay que desdeñar esto. Pedro Calderón de la Barca nos enseñó en su obra tan conocida, La vida es sueño, a vernos habitados en un mundo en el que las fronteras entre el sueño y la realidad se tocan, porque «toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son». El poeta lírico alemán Friedrich Höderlin, por su parte, captó bien la esencia de lo humano cuando afirmó, con cierta vehemencia, que el hombre «es una criatura necesitada cuando piensa y un dios cuando sueña».

¿Cuáles son nuestros sueños? Gracias a que seguimos soñando, los literatos más apreciados pudieron imaginar sus obras literarias para expresarse mejor y lograr una comunicación empática con sus lectores. No digamos los grandes compositores musicales y demás artistas que, desde las diversas artes, plasman sus sueños en la obra de arte que generan. Nada mejor que ellos para dar a luz los ‘sueños escondidos en cada uno de nosotros’ e, incluso, aquellos que no nos atrevemos a expresar en nuestros lenguajes más directos.

Es verdad, por otro lado, que no hay necesariamente nada contraproducente en perseguir los sueños personales. La dificultad estriba más bien cuando nos enfocamos en ellos de forma desmedida. Esto puede conducirnos al hedonismo o al egocentrismo. El autor del libro del Eclesiastés nos advierte con claridad: «las muchas preocupaciones afloran en los sueños, y en las muchas palabras la voz del necio» (cf. Eclo. 5, 2). Es importante no olvidar que el sueño de Dios para cada uno y para todos nos ofrece el contraste necesario para salir de nuestras propias ensoñaciones. Por eso el sueño es la otra cara del paisaje, como bien afirmara Fr. Emilio Rodríguez, OP. en uno de sus preciosos versos. 

Una de las cualidades que nos proporcionan los sueños de Dios, según hemos podido constatar anteriormente en la Sagrada Escritura, es la confianza que en medio de la incredulidad nos ofrecen y las certezas, profundas y creíbles, que nos descubren. Tanto es así, que en los sueños de Dios disponemos de un tiempo para seguir caminando. Más allá de nuestra fragilidad ahí está el sueño, sosteniéndonos. Son nuestras metas, nuestros objetivos, aquellos que estando tan lejos se acercan a medida que dedicamos más y más esfuerzo para que sean una realidad concreta en nuestra vida. Además, lo mejor de los sueños está en que no hay reglas estrictas que cumplir, lo que nos hace sentirnos más libres y capaces para la creatividad. 

Hacer de nuestra vida el sueño del Padrenuestro

¡Venga a nosotros tu Reino! es la exclamación del Padrenuestro que completa nuestros sueños como hijos de Dios y como seguidores del Maestro. Cada vez que lo recitamos revivimos nuestro futuro. Una aclamación nada extraña para profundizar en el Misterio de la Navidad. La experiencia del ‘Reino de Dios’ impregna toda la predicación de Jesús. Durante el tiempo litúrgico del Adviento hemos escuchado a los profetas clamar por un Reino de justicia. Lo hemos cantado, orado y meditado. También nos hemos hecho el propósito, una vez más, de procurar en la propia vida esos anuncios de paz y justicia para todos. Acaso ¿no proliferan las felicitaciones navideñas con ese mensaje? El nacimiento del Hijo de Dios nos está diciendo que ‘Dios actúa ahora’, este es el momento en el que se manifiesta en la historia como verdadero Señor, como el Dios vivo para todos y cada uno de nosotros. Tiene en sus manos, como diría Benedicto XVI, los ‘hilos del mundo’. El Reinado de Dios, si nos atenemos a su raíz etimológica más primitiva, incide más bien en la soberanía de Dios sobre el mundo. De un modo nuevo, por el nacimiento de Jesús, se hace realidad en la historia colectiva y en nuestra historia personal. Este es su reinado.

Los primeros cristianos tenían un gran respeto por esta ‘Oración dominical’, como también se la denomina, dado que Jesús de Nazaret es llamado con frecuencia en el Nuevo Testamento ‘el Señor’ (Dominus) y fue él quien nos transmitió y enseñó esta forma de orar. No se enseñaba a cualquiera. Su rezo constituía un privilegio que solo se otorgaba a los que habían recibido el bautismo. Era lo último que se enseñaba a los catecúmenos hasta la víspera de ser bautizados. La máxima y más preciada joya de la fe.

Cuando rezamos con la expresión ¡Venga a nosotros tu Reino! le decimos a Dios que lo queremos bien cerca, que lo necesitamos en un mundo tan marcado por el pecado y por el sufrimiento. Cada vez que afirmamos «Padre nuestro» reiteramos que la palabra ‘Padre’ no puede pronunciarse sin decir, a la vez, ‘nuestro’. Unidos en la oración de Jesús, nos unimos también en su experiencia de amor y de intercesión que nos lleva a decir: Padre mío y Padre vuestro, Dios mío y Dios vuestro.

El misterio de la Encarnación conlleva en sí mismo un plan de Dios que debemos desentrañar en la oración del Padrenuestro. Hay ‘visión’ y hay ‘misión’. La visión es ese ‘sueño’ del que nos hablan los clásicos: algo específico que Dios, en nuestro caso, pone en nuestro corazón para beneficio del Reino, para gloria de Dios y provecho de los demás. La misión, en cambio, tiene una finalidad: cumplir la Palabra que Dios nos transmite en su nacimiento, para que podamos poner los dones al servicio de todos. Es un hecho: «El nacimiento del Hijo de Dios en el pesebre, nos dice el Papa Francisco, forma parte del dulce y exigente proceso de transmisión de la fe».

En esta Navidad pido a Dios que su Reino a nosotros acerque, para poder disfrutar con Él de esta suerte de soñar. No debemos olvidar que cada uno de nosotros, como la humanidad en su conjunto, ¡somos parte de su sueño!

            ¡Feliz Navidad!