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La bondad de Laveaga

20 de mayo de 2015

Yo fui alumno del padre Laveaga. Conozco su bondad hacia alumnos y compañeros, que contrastaba con la dureza de algunos profesores de aquella época. Cuando mi cuñada Mayte Soriano me comenta que Javier Laveaga Vitoria, rozando los ochenta años, sigue dando clases en el colegio Dominicos todos los días, me asombro profundamente.

Es cierto. Más de medio siglo impartiendo Historia del Arte, en el colegio San Vicente Ferrer. El padre Laveaga es el gran patriarca de la casa, la gran institución viva del centro. Lo visito en su modestísima habitación del quinto piso. Apenas sale a la calle, pues una embolia le afectó bastante hace unos años. Sin embargo, su cita con los alumnos no la perdona nunca.

Javier Laveaga nació en Barcelona, el 19 de febrero de 1936, pocos días después de las célebres elecciones que ganó el frente Popular. Su padre, ingeniero de la Compañía Telefónica, fue movilizado en el ejército de la República. No disparó tiros, pero los recibió, sobre todo en Tortosa, cuando la toma del puente sobre el Ebro.

José Laveaga Fernández estaba casado con Felisa Vitoria Guerrero. Sus raíces eran de navarra. Tuvieron dos hijos, Javier y María del Carmen.

Tras la guerra, el ingeniero fue destinado a Bilbao durante un año y  después nombrado Jefe del Centro de Telefónica de Valencia. Era el año1946, y se instalaron en un piso de la calle Císcar número nueve.

El joven Javier había estudiado en los Escolapios de Barcelona y Bilbao, y al llegar a Valencia, en mayo, lo ingresaron en el colegio de la calle Carniceros. Pero como estaba muy lejos y había que tomar el tranvía, al siguiente curso sus padres lo matricularon en Dominicos y a su hermana en teresianas. Ambos quedaron cautivados por estas órdenes y acabaron ingresando en ellas como religiosos. 

Javier quería ser ingeniero industrial porque se le daban muy bien las matemáticas, pero el Padre Quílez lo atrajo hacia el convento. Tras superar el bachiller y el examen de Estado, estudió la carrera eclesia en el Estudio General, dentro del convento. En 1961 fue ordenado sacerdote por el y el examen de estado, estudiadois por estasástica de Filosofía en Cardedeu (Cataluña).

En 1957 regresa a Valencia unos días antes de la riada, y empieza sus estudios de teología en el Estudio General, dentro del convento. En 1961 fue ordenado sacerdote por el obispo González Moralejo en la Basílica de San Vicente Ferrer de la calle Cirilo Amorós. Completará su licenciatura en Teología en la Universidad de Santo Tomás de Aquino de Roma.

En 1962 regresa al colegio de Valencia como profesor. Existían las opciones de ir a las casas de dominicos en Uruguay, Argentina o Paraguay; o alas misiones en Guatemala. Pero Javier tenía claro que lo suyo era la enseñanza. Ya de niño jugaba con su hermana a ser maestro y alumna. Entró en el soberbio caserón de la Gran Vía y actualmente continúa en el ecléctico edificio que se inauguró en 1976 en la calle Isabel la Católica. 

Laveaga fue un gran deportista: montañismo, ciclismo, patinaje, tenis de mesa… sólo el fútbol se le resistió. Su otra gran afición fue la fotografía, inmortalizó grandes momentos históricos del colegio. Maneja actualmente con gran soltura el ordenador y se precia de estar en las redes sociales como los alumnos a los que da clase.

El gran cambio colegial fue la incorporación de niñas a las aulas masculinas. Laveaga está encantado, y afirma que son más aplicadas que los varones. Sobre la deriva de ls juventud no lo ve tan grave. Cuando asiste a las reuniones de evaluación y observa como se quejan sus compañeros docentes, él tiene la impresión de que están trabajando en un colegio distinto.

Laveaga fue rector del Colegio entre 1980 y 1986.  Han pasado muchos años y miles de alumnos. El afecto y la amistad pervive. Hay un gran corazón tras el hábito de este fraile, que trasluce serenidad y santidad. Su longevidad no es casualidad. Su secreto es su irreductible bondad.

Carles Recio
Valencia.- Periódico “Levante”,
16 de mayo de 2015

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